Pillo se sienta cansado al sol del atardecer en el banco de piedra junto a la puerta de su casa en El Barrio de Sardina . Ese banco debe ser incluso más antiguo que él. Su nieto “Chato” pasa a su lado en bicicleta , nunca tuvo bicicleta hasta que comenzó a trabajar las tierras. Todos los días se levantaba al amanecer para ir al campo hasta el anochecer, trabajo muy duro de agricultor. Pillo desenvuelve lentamente un caramelo de sabor a nata, recuerda el aroma que inundaba su casa por las tardes cuando, después de comer, se sentaba en la cocina sus hijos Chi, Lala, Mingo y la pequeña Pino , hablaban de la escuela, de la tierra y el trabajo, de mar y despensa, de tiempo y amor … El sol deja caer sus últimos rayos del atardecer sobre la boina de Pillo, que apoya sus manos cansadas sobre la muleta y apoya la frente en ellas, cerrando los ojos, su boca esbozando una leve sonrisa de picaro antes de abrazar el sueño final. La tarde llega a su fin, la rueda trasera de la bicicleta del Chato patina sobre la envoltura de un caramelo de nata, ahuyentando a la mosca que se deleitaba con ella. Y de fondo se escucha la voz de su mujer Calla al otro lado de la calle.