Con una nota de su pareja Sergio Japino, agradecidamente simple, nos enteramos del fallecimiento de unos de los mitos más grandes de toda la historia de la televisión en España y parte de Latinoamérica: La imponente Rafaella Carrá.
Siempre la he admirado. Sus canciones; su belleza; su talento; pero, por encima de todo; su personalidad. Para mí ha sido de las primeras “influencer” que recuerdo. ¡Cuánto le deben las jóvenes de esta generación, que empieza a conocer el mundo, a esta mujer que se adelantó a su época! Recordemos que ella, después de triunfar en su Italia natal y probar suerte en Hollywood, recaló en España en 1975, justo el año de la muerte de Franco, en el programa “¡Señoras y señores!”. Aires de libertad soplaban en esta patria que se había quedado atrasada, tanto cultural como socialmente, con respecto al resto de Europa. Este país nuestro que pasó de la opresión a la libertad y de la libertad al libertinaje del “todo vale”, en cuestión de segundos y sin anestesia.
Ya, en esos días empezaban a salir voces de transgresión. En el rock de mi adorada Movida Madrileña, en la pintura, en los fanzines subvencionados por el gobierno para construir una sociedad más moderna y pasar página de los capítulos de la dictadura, etc. Que visionario fue Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid. Otro influencer de la época. Rafaella caló en la sociedad española. Se nos ganó a todos. Todavía, casi 50 años después, no he oído a nadie que me dijera que no le gusta “La Carrá”.
Pero hay una cosa que quiero valorar por encima de todo. Con sus canciones, sus bailes, sus maquillajes y sus ceñidas vestiduras supo transmitir una idea clara a las mujeres de la época: ama tu libertad y que el “macho” que te quiera, que se lo gane. Pocas feministas han logrado impregnar tanto con sus mensajes, como ella. Y con un estilo propio que luego intentaron copiar muchas imitadoras, pero no. Así fue Rafaella, única. Hubiera sido más cómodo, pero menos excepcional y efectivo, haber enseñado más carne, que era lo que hacían todas las “transgresoras” de la época. Cómo si desnudarse fuese un símbolo de libertad, cuando los que tenían dos deditos de frente sabían que lo hacían por dinero. Estos desnudos lo que lograron fue cosificar más a la mujer como objeto sexual de uso y disfrute. Rafaella no, no le hizo falta. Ella no era sexo fácil, ella era sensualidad (y sexualidad también, por qué no) para el amante que se quiera esforzar en conquistar el corazón de una mujer de bandera. “Para hacer bien el amor hay que venir al Sur”. Eso era transgresión, no enseñar los pechos. Les invito a buscar la letra de “Explota, explota” en la que se les dice a las mujeres que empiecen a tomar el mando de las relaciones. Me encanta.
Muchos años en España, triunfo absoluto, vuelta a Italia y otros países latinos y siempre ha sabido enamorar a las audiencias. Se nos va una gran dama que empoderó a muchas señoritas que le deberán agradecer el que haya pisado este mundo que ahora abandona.
Hace falta más mujeres como La Carrá, que hagan que se sientan más respetadas y valoradas. Y a las chicas de hoy les digo que se puede ser mujer, guapa y digna sin tener que hacerse selfies desnudas para que los hombres les den más “likes”; y que escuchen sus canciones de liberación a las que tanto daño está haciendo el reguetón que las volverá a sumir en una dependencia patriarcal contra la que tantas luchadoras, como ella, se han dejado la piel en erradicar.
Luis Alberto Serrano
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