No siempre me siento bien.
Pero muy en lo profundo,
en el «core» de mi existencia,
creo que hay algo que está bien.
La grúa construye
en su afán de fabricar.
No sabe quién la creó.
Ni quien la maneja.
Ella mueve, sube, baja
todo el peso material
de la existencia.
Obedeciendo sin saber muy bien
a qué, a quién o a quiénes.
No sabe nada de arquitectos.
No sabemos si le interesa.
Mientras tanto,
el cielo observa.
Ese rosa amor de paz,
en paz con toda la existencia,
en sintonía con el «core-zón»
de mi propia presencia.
Ese cielo que no busca nada,
que no espera que la grúa
construya esta o aquella otra idea.
El cielo permanece
mientras la grúa actúa frenética
en sus frenéticos quehaceres.
Plazos que cumplir,
objetivos que lograr,
corre loca de acá para allá.
Y el cielo permanece.
La grúa se irá algún día.
A otras obras,
a otros quereres.
Y exhausta morirá…
Algún día.
Y el cielo permanece.