(No me lo tomo como un cuento, sino como una reflexión)

Mi mente era un desastre, incapaz de organizar o coordinar mis pensamientos. Deambulo sin rumbo entre palabras inconclusas sin formar una frase o una oración que me permita escribir una línea que cuente a tus ojos el dolor que ocupa mis días.

De niño, me perdía en la primera sílaba del abecedario. La escritura como expresión de mi dolor no fluye como la tinta en la pluma de un poeta. Vuelve la inspiración que nos inspira a plasmar en papel una prosa alegre o nostálgica. Pero mis manos temblorosas resistieron mi impulso interno de rastrear las facciones de mi voz tranquila. Había silencio en mis manos, silencio en mi mente nublada. Levanté la mirada pensativa al cielo, al azul infinito salpicado de nubes pálidas como ovejas pastando.

El cielo es cómplice de la incompetencia mental, atormenta la mente e impide verbalizar las palabras, o es eco de la voz inaudita del corazón. ¡Qué gran silencio a mi alrededor!