Todo aquel que te ofende, de palabra o acto, te demuestra su debilidad. Medita, pero sobre todo PERDONA; pues su sufrimiento espiritual es mayor que el que trata de causarte.

FRASE Y CUENTO: LA FORTALEZA ESTÁ EN LA SERENIDAD

El monje budista, de origen chino, Jianzhen, enviado a Japón bajo la dinastía Nara, hacía cinco décadas ya, paseaba, con las manos agarradas a su espalda, cabeza un poco inclinada hacia delante y ojos cerrados, a la caída de la tarde, en un indefinido año, por el jardín del monasterio donde vivía, en compañía de uno de sus más aventajados discípulos, Koku-Reibo: sin pronunciar sonido alguno, falsamente ignorando su  grata presencia, aparentemente flotando sobre la tierra pisada ataviado de exquisita sencillez, acompasando su respiración a la medida del tiempo, fundiendo su energía vital con la melodiosa armonía de la naturaleza de aquel jardín Zen pensado para serenar las impurezas del alma y al llegar al centro de este oasis lleno de: árboles frutales y no frutales, altos, robustos y frondosos, exquisitamente podados; flores multicolores que cincelaban la perfección cuando desprendían sus aromáticas esencias en medio de sus coloridas grafías; piedras, de distintos tamaños, formas y volúmenes, colocadas a conciencia sobre mantos de finas arenas recogidas de las playas de esta paradisiaca isla; justo a la orilla del pequeño lago, frente a un camino de pulidas piedras cilíndricas elevadas sobre la cristalina superficie unos cincuenta centímetros, el discípulo interrumpió el paseo y la meditación:

—Maestro… —Dijo antes de que éste diera el primer paso en dirección a la primera piedra de las doce que había dentro del lago, en línea recta hacia la otra orilla.

—¿Qué perturba tu enriquecedora armonía espiritual Koku-Reibo? —Preguntó sin abrir los ojos, estático ante la cristalina quietud del líquido elemento.

—Kobo me ha acusado, ayer, a la hora de la comida principal, ante mis compañeros, de tener celos y yo, sorprendido de tal acusación pública, evité el contestar para no ofender el templo donde vivo, rezo y aprendo.

—Obraste bien… —Inspiró profundamente y luego fue exhalando, poco a poco, el aire almacenado en sus pulmones, para limpiar aquella impureza transportada por el aire, seguidamente dio un paso y se colocó sobre la primera piedra cilíndrica que había dentro del agua, la cual simbolizaba, en ese paseo, el mes de diciembre, comienzo del invierno, con la intención de permanecer sobre la piedra pisada, en silencio, un tiempo de meditación indefinido, momento en el cual la temperatura del agua bajó considerablemente.

—Maestro… —Interrumpió su atento discípulo, de manera inesperada, en el exacto momento en el que Jianzhen, en comunión con el medio, se preparaba para dar el siguiente paso, justo detrás de su maestro, en el punto exacto donde el agua besaba el fin del camino por donde se habían acercado al lago.

—¿Qué perturba tu armonía espiritual Koku-Reibo?

—Maestro… Debo confesarte, por respeto hacia ti y para no faltar a la verdad, que no es la primera vez que Kobo me acusa de celoso delante de mis compañeros.

—¿Cuántas veces lo ha hecho?

—Doce, con la de ayer.

—Pues, no son muchas.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la segunda piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de enero, momento en el cual el agua del pequeño lago, al bajar aún más su temperatura, se convirtió en un bloque compacto de hielo; pero el monje, colocado sobre la piedra pisada, se posicionó de forma equilibrada sobre ella con la intención de permanecer sobre ésta, en silencio, un tiempo indefinido.

—Maestro… —Interrumpió su discípulo, nuevamente de manera inesperada, posado sobre la primera piedra, justo cuando Jianzhen, en comunión con el medio, se preparaba para dar el siguiente paso.

—¿Qué perturba tu armonía espiritual Koku-Reibo?

—Maestro… ¿Cuántas veces debo callar antes de responder?

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la tercera piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de febrero, momento en el que el bloque de hielo en el cual se había convertido el agua del lago se transforma en una fina capa de escarcha.

—Koku-Reibo…

—Sí, maestro…

—¿Cuántas veces has observado caer los finos copos de nieve, en el riguroso invierno, sobre la superficie del duro hielo en el que se convierte el agua de este lago año tras año? —Preguntó esperando una respuesta sincera y meditada de su discípulo.

—Muchas, maestro, muchas.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la cuarta piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de marzo, comienzo de la primavera, su discípulo también avanzó, momento en el cual el agua volvió a su estado primigenio, aunque aún se mantenía fría.

—¿Cuántas veces has observado las gotas de lluvia golpear el techo de nuestras casas? —Insistió el monje esperando otra respuesta sincera y meditada de su discípulo.

—Muchas, maestro, muchas.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la quinta piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de abril, y detrás de él, en la piedra anterior, su discípulo, siguiendo su etérea estela mística, tomó posesión de la masa pétrea; pero la lluvia que había comenzado a caer al pisar el maestro la quinta piedra aumentó levemente su intensidad obligando a los monjes a cubrirse con sus túnicas momento en el cual Jianzhen preguntó a Koku-Reibo:

—¿Cuántas veces has limpiado este templo? —Esperando una respuesta sincera y meditada de su discípulo.

—Muchas, maestro, muchas.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la sexta piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de mayo, siempre seguido por su discípulo; pero la lluvia aumentó aún más la intensidad hasta caer con el peso de gruesas gotas que golpeaban la conciencia de Koku-Reibo y éste, agobiado, comentó a Jianzhen:

—Comprendo tu enseñanza, maestro; pero debo confesarte que esta doceava vez he sentido la necesidad de responder a tal agravio…

—¿Por qué?

—Para defender mi honor; pues los demás pueden llegar a creer que es verdad lo que Kobo insiste en repetir, porque yo no le contesto, ni me enfrento a él.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la séptima piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de junio, comienzo del verano, su discípulo también avanzó detrás de él, entonces las nubes desaparecieron y el sol comenzó a calentar el ambiente tímidamente.

—Koku-Reibo…, si al ave que revolotea sobre este jardín alguien le dice que es vanidosa… ¿Dejará de volar para responder al insulto?

—No, maestro.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la octava piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de julio, su discípulo también avanzó siguiendo su senda, entonces el sol aumentó su fuerza energética y a los monjes les cayó varias gotas de sudor por la frente.

—Koku-Reibo…, si al insecto que camina por el suelo de este jardín, si alguien le dice que es un ser rastrero… ¿Dejará de caminar por el suelo para responder al insulto?

—No, maestro.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la novena piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de agosto, su discípulo también avanzó, entonces el sol alcanzó su plenitud vital en la estación que regentaba, consiguiendo con ello que los monjes se tuviesen que aligerar de prendas y que los peses se acercaran a la superficie del agua.

—Koku-Reibo…, si al pez que nada, ahora mismo, cerca de nosotros, en el estanque de este jardín alguien le dice que es un ser deforme… ¿Dejará de nadar para responder al insulto?

—No, maestro.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la décima piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de septiembre, comienzo del otoño, su discípulo avanzó a su mismo ritmo, entonces las hojas de los árboles, cuyas ramas planeaban estáticamente sobre el lago, comenzaron a caer sobre la superficie del líquido elemento.

—Comprendo tu enseñanza, maestro; pero debo confesarte que aún con lo que he aprendido durante este paseo no sé si tendré la fuerza suficiente para aguantar una vez más tal insulto.

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la undécima piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de octubre, su discípulo avanzó a su mismo ritmo, entonces los manzanos, perales y cerezos florecieron y el castaño maduró su fruto dejándolo en su punto para la recogida.

—Siento pena por ti —se sinceró el monje.

—¿Por qué maestro?

Jianzhen da otro paso y se coloca sobre la duodécima piedra, la que simbolizaba, en ese paseo, el mes de noviembre: El compás de reflexión.

—Porque si sigues inmerso en esa espiral, tu esencia vital, tu frescura espiritual, se marchitará y acabarás sumido en el mundo de las tinieblas y la oscuridad —dijo Jianzhen ya alcanzada la orilla opuesta, en la cual aterriza su discípulo instantes después dándose cuenta que había pasado un largo año desde que comenzaran a andar sobre aquellas piedras. Tras lo cual añadió:

—Siento haberte defraudado, maestro —y simplemente agachó la cabeza y se alejó.

—Koku-Reibo… —El discípulo paró en seco su marcha ante la llamada.

—Sí, maestro… —Dijo de espaldas.

—La respuesta a tu perturbación la encontrarás meditando en la sala más elevada de nuestro templo… Mañana, desde primera hora y hasta que el sol alcance su punto más alto.

—Así lo haré maestro —siguió su camino, sintiéndose mal consigo mismo, pensando en que no había sabido asumir aquel año de experiencia vital.

A primera hora de la mañana, como se le había ordenado, Koku-Reibo, subió lentamente los trescientos sesentaicinco escalones, en forma de espiral, que le condujeron a la sala más elevada que había en aquel templo, y una vez dentro de aquella pequeñísima habitación, se dio cuenta de que había pasado otro año; mas no le importó, por eso adoptó la postura de meditación: sentado, con los pies cruzados, manos abiertas, boca arriba sobre sus muslos, espina dorsal recta, musculatura relajada, siempre en dirección al nacimiento del sol.

La brisa que subía desde el valle orlada de silente serenidad, diáfana, comenzó a acariciar suavemente el rostro de Koku-Reibo, aquello le ayudó a relajarse; pero a medida que esta aumentó su intensidad, aquel agradable detalle de la naturaleza, comenzó a perturbar su meditación. .

Koku-Reibo se relajó, aún más, y juntando las manos delante de su rostro: pidió, rogó y suplicó se le revelase la forma de ser liberado de aquella pesada carga para su serenidad y cual no fue su inesperada sorpresa, en medio de la meditación, que la brisa comenzó a golpear con mucha menos fuerza su rostro porque sus manos, al formar una cuña delante de éste, consiguieron que la insistente adversidad climática se diluyese por los extremos.

Al llegar el medio día el joven discípulo ya tenía la respuesta perfecta para su maltratador psicológico.

—¿Estás preparado para disfrutar de la comida principal? —Le preguntaron a la entrada.

—Sí, maestro.

Ya sentados en el lugar de siempre Kobo lanzó su insulto:

—Celoso.

Koku-Reibo se levantó y bajo la atenta mirada de todos con las palmas de sus manos juntas delante de su rostro se inclinó ante quien le insultaba diciéndole:

—Te doy las gracias por hacerme más fuerte cada día.

Y esto se repitió trescientas sesentaicinco veces, un largo año, hasta que Kobo comprendió y asumió su error.

Y colorín colorado este cuento de enseñanza espiritual ha terminado…

Permítanme que se lo dedique a los que sufren, a los que soportan las miserias ajenas… A los fuertes en el silencio, para ellos, por ellos…

Mientras escribí este cuento escuchaba