Es muy recomendable visitar los países del Este, que padecieron la lacra del comunismo y ahora intentan aproximarse a la Europa occidental, a la que envían cientos de miles de emigrantes. Rumanía es un país de vocación agrícola con bellos escenarios, aunque también tiene una cierta capacidad industrial, de acuerdo con su PIB es el país 62 entre casi 200, España el 15. Un circuito por allí nos deparó la contemplación de ciudades medievales, tupidos bosques de hayas, robles y abetos en las numerosas estribaciones de los Cárpatos, lagos, ríos y arroyos por donde se mueven miles de osos. Ciudades medievales, palacios y castillos en los que supuestamente habitó alguna vez Vlad Tepes, El Empalador, que ajusticiaba a sus enemigos introduciéndoles un madero por su cuerpo, en el siglo XIX inspiró al irlandés Bran Stoker la figura del conde Drácula y sus devaneos de vampiro.
Bucarest con sus grandes parques y sus amplios bulevares al estilo de París, la bella Sighisoara, patrimonio de la Humanidad con sus torres, Brasov y los monasterios pintados del norte con sus frescos de vivos colores tanto en las paredes del exterior como en el interior de los santuarios, Bran con su fortaleza del siglo XIV conocida como el castillo de Drácula son estampas que nos recuerdan la armonía de este país, donde la gente vive con un ritmo sosegado y donde, sorprendente, hay más coches BMW que Dacia, la marca nacional. Los rumanos quieren aparentar, dice la guía, y aunque anden con problemas, prefieren los coches alemanes. Ya no quieren ser tan pobres.
Hay lugares que cuya imagen ha sido construida a través de la literatura y el cine. El país más fotografiado, EEUU, es asimismo el que mejor difunde el séptimo arte. También asociamos a Kenia y los safaris con la cinta Memorias de África, de la escritora danesa que utilizaba el seudónimo Isak Dinesen. Por su parte, España fue construida para los norteamericanos a través de los libros de Hemingway y de los toros. Y Rumanía es un lugar que asociamos con los vampiros, el conde Drácula, el libro del irlandés Bran Stoker publicado en 1847 y la subsiguiente película de Hollywood en 1989, obra maestra de Coppola. Desde entonces, los rumanos proclaman que el conde Drácula vivió aquí y allá, pero hay mucha imaginación. Claro que los vampiros constituyeron uno de los primeros mitos del cine, desde el expresionismo alemán a hoy en día, son un clásico del terror, una pesadilla de nuestra mente.
El cine y la literatura han escarbado en las leyendas y el folklore popular, en realidad Vlad Tepes fue un gobernante cruel y también hubo una mujer que tiene algo que ver con este caldo de cultivo. Elizabeth Bathory, la Condesa Sangrienta, perteneció a una de las familias más poderosas de Transilvania y es recordada al ser supuestamente responsable de la muerte de 650 doncellas que asesinó por su obsesión a bañarse en sangre de vírgenes. Creía que hacerlo le evitaba las arrugas y el deterioro de la edad, es un tema histórico también desarrollado en el cine.
Hay que olvidarse de los vampiros como siniestras criaturas que despiertan a medianoche para ingerir sangre fresca, solo son un mito. Pues en la memoria de los rumanos los verdaderos vampiros fueron Ceaucescu y su mujer, a quienes se atribuyen un sinfín de liviandades. Y, sobre todo, la megalomanía de quien derribó el barrio antiguo para construir un monstruoso Palacio del Pueblo. Este enorme edificio es el símbolo más ampuloso y exhibicionista del dictador. Fue derrocado en la Navidad de 1989 después de 32 años de gobierno, procesado en un juicio emitido por televisión y ejecutado junto a su mujer, Elena. Un juicio rápido, irregular, que acabó con las terribles imágenes de los fusilamientos un 25 de diciembre. Se cerraba una larga etapa en las que la población había sido oprimida, y había padecido racionamiento de alimentos mientras el dictador se solazaba en el lujo.