Después de que se han publicado las conclusiones, en el documento síntesis de la fase del Sínodo Diocesano y a las conclusiones que llegan en la Diócesis de Canarias, se me viene a la cabeza la tierna escena de Jesús cuando visita la casa de sus amigos en Betania, y donde están Marta y María, dos figuras contrastantes que casi siempre reflexionamos sobre ellas como dos tipos de personalidad, pero hoy quisiera verlas como dos etapas por las que pasamos todos.
Todos en algún momento hemos de ser María y luego pasaremos a ser Marta. Todos en algún momento seremos esos que empiezan a los pies de Jesús acercándose a Él, orando, escuchando su palabra, dejándonos sanar, recibiendo de Él como María la hermana menor, a los pies de Jesús. Pero claro debemos llegar a ese momento en el que ya ahora nos toca servir, nos toca dar de lo que hemos recibido, nos toca asumir el liderazgo, así como Marta era la líder indiscutible en esa casa y está bien ser Marta, pero sin dejar de ser María.
Aquí me refiero a ser algo que aprendí hace poco sobre el aspecto acumulativo de nuestra vida, o sea, siempre vamos en ascenso, vamos subiendo de nivel, cada etapa de nuestra vida es un peldaño que nos hace subir a la siguiente, y claro, no podemos ir arrastrando etapas, por ejemplo; un adulto no puede ser el eterno adolescente con las mismas actitudes de un mocoso, pues no, así como un casado no puede seguir llevando la vida de soltero, hay etapas que se superan, pero diríamos que la mayoría de las atapas se van acumulando, porque no podemos dejar de ser lo que fuimos antes, porque eso es lo que sostiene lo que somos ahora.
Diríamos que alguien que recibió la orden del sacerdocio empezó en ese camino a los pies de Jesús, escuchando su palabra, queriendo seguirlo, queriendo ser un discípulo de Cristo, empezando por ser un simple cristiano. Cuando se es sacerdote no se puede olvidar de lo que se fue antes, eso no se deja atrás, se acumula, no se puede dejar de ser lector, de ser diácono, no se puede olvidar de su principal vocación que estar al servicio, y el hecho de que ahora se tengan otras responsabilidades, no se les exime del principal deber de servir. Digo que no se puede dejar atrás de ser aquel acólito y lector, hay más todavía, hay que centrar la palabra de Dios, y hay que seguir preparándose y actualizándose, y sobre todo, nunca, nunca dejar de ser Marta, nunca se puede olvidar de lo principal de la vida de un sacerdote, servir, todo lo demás es añadidura, ser seguidor de Cristo, y es que existe la tentación de cuando se asciende se olvida de cómo y cuándo empezaste, y pierdes el sentido de tu vocación, esa fue la tentación de Marta, tan afanada de estar al servicio, en lo que tenía que hacer por Jesús que estaba olvidándose de estar con Jesús. Tentación número uno de de los líderes que están en la viña del Señor, trabajar mucho por el reino del señor, pero olvidarnos de Dios, hablar demasiado de Dios, pero olvidarnos de hablar con Dios y escuchar a Dios, dedicados a señalar a otros el camino, pero no seguir ese camino.
Poniéndote en ese activismo y ya sentirte mucho por ser el padre, por ser el coordinador, ya ser el líder, el predicador, ser el maestro, ser el director, pero se te olvida de ser lo que te llevó a esto, te olvidaste simplemente de ser cristiano, porque, aunque a otros predicas la palabra, ya a ti no te dice nada.
Eso es un gran riesgo, igual el Señor nos jalaría de las orejas como a Marta, y nos diría: “muchas cosas te preocupan, pero te estás olvidando de la más necesaria”.
Esa mejor parte es la que se quedó María, es la que nos invita a no perder de vista, eso es lo que nunca debemos dejar de ser, ya que has evolucionado, y que bueno que ya tienes más responsabilidad, y que bueno que ya ahora asumes liderazgos, y ahora guías a otros, siempre y cuando no pierdas la mejor parte, no lo olvides.