Esta vivencia es personal y la voy a relatar porque creo que tiene un punto gracioso, aunque para mí fue bastante frustrante en aquellos momentos. Pero ya han pasado tantos años que ahora lo veo desde otra perspectiva. Incluso cuando lo recuerdo me sonrío.
Les cuento. Yo me quede viudo el 24 de Abril del año 2008 cuando tenía casi 66 años y ya estaba jubilado. Mi mujer murió de un día para otro y quede desolado. La ingresamos por urgencias un miércoles por la tarde por problemas de funcionamiento de los dos riñones y falleció al día siguiente al entrar en coma al no superar una sesión de diálisis. Se le encharcaron los riñones de sangre, nos dijeron. Mis dos hijos ya estaban casados e incluso ya teníamos un nieto.
Recuerdo nítidamente que en aquellos primeros meses me asaltaba a la memoria una y otra vez la letra de un viejo bolero que dice así: “Porque no me enseñaste como se vive sin ti…..”. Yo la quería mucho y no me explicaba porque había muerto.
Uno de los muchos problemas con que me encontré viéndome solo fue qué hacer con una tienda de tejidos y ropa de hogar que teníamos. Se llamaba “El Kilo Los Ruiseñores” y su apertura tuvo lugar en el año 1990. Primero con una socia y luego a nombre solamente de mi mujer. Ella era el alma que la hacía funcionar. Yo llevaba la administración y la contabilidad. Así que llevábamos con la tienda 18 años. En septiembre del mismo año la malvendí a la empleada que teníamos pues no encontré ningún otro comprador. Ella fue quien se ofreció y yo acabe aceptando en vista de que no aparecía nadie a quien vendérsela. Le puse un precio bastante asequible y el trato era pagarme una cantidad mensual. Empezó bien hasta que se cansó y dejó de pagarme. Apenas cobre la mitad de lo acordado, pero no podía estar allí dentro sin Inma. Era como si me faltara el aire. Aquella mujer se aprovechó de esta situación y se comportó como una sinvergüenza. No quise denunciarla. No me apetecía meterme en pleitos judiciales, a pesar de que mi hijo Pablo ya era abogado.
Después de malvender la tienda alquile mi piso de Ruiseñores y me fui a vivir a un pisito que habíamos comprado unos años antes muy cerquita de la playa de Las Canteras. Antes solo lo usábamos los fines de semana.
Otro de los problemas fue la comida. A mi nunca me ha gustado la cocina y jamas había frito ni siquiera un huevo. El problema era la comida del mediodía, el almuerzo; pues el desayuno y la cena lo solucionaba comiendo lo mismo de siempre: fruta o leche con un poco de gofio en el desayuno y café con leche con un bocadillo o un sándwich para la cena.
Al principio empecé haciendo el almuerzo en un restaurante pero aquello no era la solución pues me salía muy caro y en ese momento no conocía ningún restaurante por la zona que tuviera menús. Yo vivía y vivo de mi pensión más un par de alquileres de dos inmuebles que tengo aparte del que vivo. No me quejo pues tengo un buen desahogo económico siempre y cuando controle los gastos.
Otro problema era la limpieza de la casa, el lavado y planchado de ropa. Por medio de mi hija conseguí una señora que viene a casa una vez por semana. Problema resuelto.
Por tanto el problema que quedaba por solucionar era el almuerzo. Un día decidí probar y le pregunté a mi hija como hacer un arroz blanco. Tome la debida nota y me metí de lleno en el asunto. Pero claro lo primero que había que hacer era encender la cocina. La que tengo es una vitrocerámica con botones táctil. También tuve que recurrir a mi hija pues yo nunca la había encendido; después de un larguísimo rato probando botones logré encenderla y mejor hubiera sido no haberlo logrado porque les aseguro que aborrecí el arroz. Aquello no había por donde cogerlo, bueno si, con una cuchara porque me salió una papilla y encima saladísima. Un desastre que tuve que tirar a la basura. Cuando se lo dije a mi hija se partía de la risa. Ese día mi almuerzo fue un café con leche y pan con mantequilla. Riquísimo.
Mi hija quería que me fuera con ella unos días hasta que aprendiera a cocinar algo pero no quise. Ella estaba trabajando y no quería ser un estorbo. Tenía muy claro que yo tendría que buscarme la vida y aprender a vivir solo. Los hijos tenían que vivir sus propias vidas sin que yo tuviera que molestarles.
Pero no me desmoralicé del todo y al día siguiente me decidí por un par de huevos fritos con unas papas fritas. De las papas pasé pues olvide comprarlas; comería solo los huevos fritos con pan. Cuando fui a coger la botella de aceite de oliva, me confundí y cogí la de vinagre, que era de la misma marca que la del aceite y eran prácticamente iguales. Lo único que las distinguía era el nombre del contenido. Saque la sartén y la puse en la cocina; le eche el “aceite”; encendí la cocina y le puse la máxima potencia para que calentara pronto. Ya tenía también los dos huevos preparados para ponerlos a freír; los casco y los echo en la sartén y en unos segundos la guerra; empiezan a saltar en todas las direcciones el vinagre junto con trozos de huevos que me caían y quemaban en los brazos desnudos, en los azulejos, en la propia cocina, y hasta en el suelo. Un verdadero desastre.
Tengo que aclarar que yo estaba bastante acatarrado y con la nariz trancada. Por eso no me dio olor el dichoso vinagre.
Al día siguiente le tocaba venir a la señora de la limpieza. Cuando vio toda la cocina y la pared manchada, y eso que yo había limpiado algo, me preguntó qué es lo que había pasado. Se lo conté y empezó a reírse que no podía parar. Fue tan contagiosa su risa que también empecé a reírme yo. Comprobé que es sano reírse de uno mismo.
Nunca más. Y aquí acabó mi aventura en la cocina. Me dije zapatero a tu zapato. Buscando por mi zona encontré un catering que vendía comidas preparadas. De allí me surtía y comía todos los días en casa. Lo peor es que comía varios días seguidos lo mismo. Así estuve hasta que descubrí un restaurante, Los Girasoles, que habían empezado a servir menús, y allí empecé a comer el almuerzo diario. Cuando cerraron me fui al Restaurante San Fernando, que lo tengo también cerquita de mi casa. Y hasta la fecha. Cómo variado y a gusto todos los días por una módica cantidad que desde luego encaja sin problemas en mi modesta economía. Es más, me sale más económico que si yo cocinara en mi casa, suponiendo que supiera.
Cuando se lo comente a una cuñada respondiendo a su pregunta de cómo me las estaba apañando con la comida del mediodía, recuerdo que me dijo: Pepe, has hecho bien mi niño, porque yo “por ese precio no pongo un caldero al fuego”. A mi me hizo mucha gracia su comentario.
En definitiva, he aprendido a vivir solo y así sigo hasta el día de hoy. Desde que vendí la tienda alquilé a una buena mujer el piso de Los Ruiseñores. Con esta renta más otra de un apartamento que tengo en Playa del Inglés más mi pensión vivo con un buen desahogo económico, y sigo viviendo en mi otro piso junto a la playa de Las Canteras, donde camino a diario por su preciosa avenida para mantenerme más o menos en forma. En verano también disfruto algunos días de su linda playa y de algún chapuzón.
Y así seguimos hasta que el cuerpo aguante.