N° 85. «Cuando los adolescentes no valoran el peligro».

Esta vivencia de hoy se sale del formato habitual, pues no tiene ninguna chispa, no es nada graciosa. Pero fue un hecho muy atrevido de unos chicos adolescentes que pudo haber tenido consecuencias muy graves. Es pues un ejemplo que no hay que imitar.

Hace unos días escuché en un telediario televisivo, la suerte que habían corrido unos chicos que habían hecho una excursión al monte de no me acuerdo qué país y penetraron en un túnel que desconocían con un resultado catastrófico, pues al parecer les invadieron unos gases que les causó la muerte a unos y otros quedaron muy mal. Alguno de ellos logró salir y pidió auxilio desde su  móvil. Poco tiempo después los rescataron. 

Lo cierto es que me trajo a la memoria una excursión que hicimos unos cuantos chicos, seríamos 4 ó 5, cuando estábamos en tercero o cuarto de bachiller. Por lo que debíamos tener en torno a los 13/14 años.

Alguno de nosotros tuvo conocimiento de que a la montaña El Gallego, del término municipal de Guia, la atravesaba un túnel que estaba situado en la base de la montaña y que tenía como objetivo trasladar agua del barranco de Moya que está al otro lado de la montaña a la presa de Los Molinas que está en Barranco Hondo. 

Ignoro si seguirá existiendo la presa, porque ya en aquella época tenía muchas filtraciones de agua. Pero aprovechaban la mayor parte de ella pues procuraban utilizarla lo más rápido posible. Estos datos los conozco muy bien porque muy cerquita de la presa vivía una tía mía, a la que yo visitaba con cierta frecuencia, y mis primas me habían informado. Es bastante probable que también fueran ellas las que me dijeron lo del dichoso túnel.

Pues fuimos madurando y planificando la idea y quedamos para ir a inspeccionar el túnel un sábado a media mañana. Construimos unos mechones muy rudimentarios que escondimos en un saco y salimos de la plaza de Guia, donde nos habíamos citado, camino a la Montaña del Gallego sin haberle dicho nada a nadie de nuestra aventura. Otra temeridad por nuestra parte porque de haber ocurrido algo nadie sabía donde estábamos. Pero claro si se lo decíamos a nuestros padres no nos dejarían ir, y ese fue el motivo de nuestro silencio. Tampoco se lo dijimos a ningún otro amigo porque no queríamos aumentar el número de excursionistas.

Cuando llegamos a la boca del túnel, después de una larga caminata, comprobamos que había una oscuridad total que daba miedo. No se veía la salida porque el túnel hacía una pequeña curva por el centro. Encendimos los dos o tres mechones que llevábamos e iniciamos nuestra aventura, y como no podía ser menos, estábamos todos muy nerviosos por el temor a lo desconocido. La altura del túnel no era muy baja pero como yo era el más alto a veces tenía que tener cuidado para no darme un coscorrón en el techo. En cuanto al piso era bastante irregular con muchos charcos de agua y barro que nos obligaba a ir muy despacio para no caernos. La anchura era muy corta por lo que nos obligaba a ir en fila india. En este momento no puedo recordar el tiempo que tardamos en hacer el recorrido pero seguro que fue más de una hora. El gran susto nos lo llevamos cuando llegamos al final del túnel que desemboca, como ya dije, en el barranco de Moya y encontramos una puerta de rejas de hierro cerrada con un candado, que nos impedía salir al aire libre para descansar e iniciar el viaje de regreso por la carretera general, que estaba relativamente cerca, tal y como habíamos planeado. Pensamos que era lógico que la puerta de rejas estuviera cerrada para evitar que con el agua entrarán también piedras, pero no se nos había ocurrido pensarlo. El problema era que los mechones no nos iban a durar todo el trayecto de regreso y nos empezamos a preocupar y a tener un poco de miedo, pues no era ninguna tontería tener que hacer el camino de vuelta a oscuras. Pero había que hacer de tripas corazón y empezar a caminar lo más deprisa que podíamos. Cuando llevábamos algo más de medio túnel los mechones empezaron a fallar y cuando se terminaron de apagar se veía a lo lejos la boca del túnel y por allí nos fuimos guiando y caminando muy despacio llegamos a la entrada. 

Todos respiramos tranquilos y nos tiramos al suelo a descansar pues estar dentro del túnel más de dos horas no es ninguna tontería. También, como es natural, nos agotó la subida de adrenalina.

Después de más de sesenta años se me han olvidado los nombres de casi todos lo compañeros que fuimos a esa temeraria excursión. Solo me acuerdo de Antonio del Pino. De los otros 2 ó 3 no logro acordarme, aunque creo que otro de ellos pudo haber sido Paco Rivero, pues también éramos buenos amigos. Le pregunté a Antonio y tampoco él los recuerda. Si alguno de ellos leyera esta vivencia le agradecería me lo hiciera saber. 

Cuando el lunes lo contamos a otros chicos del colegio, hubieron varios de ellos que les apetecía hacer esa aventura. Pues resulta que yo me apunte para guiarles y unas semanas más tarde, un sábado también, hicimos el mismo recorrido con tanta suerte que en esta ocasión la puerta de rejas de hierro estaba abierta. En esta ocasión llevamos un par de mechones sin encender para el camino de vuelta, pero al final no hicieron falta. Después de descansar hicimos el regreso por la carretera. Todo salió bien, sin novedad. Tampoco recuerdo con quien hice este segundo trayecto. Que me perdonen pero no puedo recordarlos.

Está claro que fue toda una imprudencia, pero con esa edad en la que quieres descubrirlo todo y tu espíritu aventurero lo tienes a tope, no lo vimos así. Por favor que nadie nos imite.