«Estaba en un bosque desierto, era de noche, y solo la luz de la luna iluminaba mi camino. La única melodía que podía escuchar era el sonido de mis pies descalzos y el esfuerzo de mi respiración después de una caminata tan larga. La desesperación se deslizó en mi alma, hizo que mi corazón latiera a la velocidad del viento y que mi piel se erizara. Una cálida mano acarició mi espalda y escuché susurros a lo lejos que no pude entender. Sentí un dolor agudo y de repente vi mi habitación. Me desperté con un tatuaje en la piel: «Nunca despertarás». «