¿Tú has conocido a alguna persona que sea humilde, amable, sencilla, que no sea nada pretenciosa, que sea sincera y que no sea bienvenida y apreciada en cualquier parte?
En cambio, yo sí que conozco a muchos que son groseros, engreídos, soberbios, pedantes, y a ellos no se les quieren en ninguna parte. Tenemos que entender que la humildad es la llave que abre cualquier puerta, Jesús nos da un consejo que seguramente alguna vez nos dio nuestras madres, o nos dio alguna persona que nos instruyó en la vida.
Imagínate que nos invitan a algún lugar, y llegamos luciéndonos, acaparando y escogiendo lo mejor… espérate, es preferible que nos esperemos y que ocupemos el último lugar.
En la vida hay que aprender a tener colmillos, hay que saber ir manejando las cosas, cuidando las apariencias, llegando a ser muy amable, hacer sentir a la persona muy importante, llegando yo hacerme el inferior, como que no valgo nada, haciendo que confíen en mí, ganando confianza y así ganando ventaja.
Ciertamente algunas personas ven la humildad como una estrategia para ganarse a la gente y después utilizarlas. Esto puede servir como una estrategia de relaciones humanas, pero pensemos si Jesús quiso enseñarnos esto, Jesús no promovía la falsedad, la desechaba, cualquier clase de hipocresía, Jesús era enemigo de eso. Él nos enseña que aquel que se humilla será exaltado y aquel que se exalta será humillado. El autor del Sirácide nos enseña en la lectura del pasado domingo: “Hijo, en tus asuntos procede con humildad y en todas partes serás apreciado” Querer buscar el ser apreciado y dirigir una humildad que no tienes, eso se nota, tan fácil como distinguir una perla de plástico a una perla genuina. Hay a quien le sale actuar o fingir humildad, pero tarde o temprano se verán sus verdaderas intenciones, por eso Jesús nos muestra donde está la clave para identificar la verdadera humildad, en las intenciones.
Cuando tú des un banquete no invites a los vecinos ricos, aquellos a los que luego te podrán corresponder, pagar, mejor invita a los pobres, a los ciegos, a los cojos, a los lisiados, a los que no tendrán maneras de recompensarte, así tu recompensa será grande en el cielo. Ahí habremos actuado con rectitud de intención, ahí se verá que realmente que nuestra humildad y generosidad serán autenticas, no fingidas, sin estrategias para luego traer agua para mi cosecha.
No hay que ser colmilludos, hay que ser humildes, quiero decir que no hay que ser amables con aquellos a los que le podemos sacar algún beneficio, con los ricos, los poderosos, con los jefes, con los clientes… hay que ser amables con todos, pero hay que ser así con el que pide limosna en la calle, el inmigrante, con un niño pobre, con personas que no nos vienen a dar nada, más bien vienen a pedirnos.
Cuando la generosidad aparece en las noticias, cuando está a la vista de todos, o cuando puedes sacar ventaja como reducir impuestos.
Cuando somos generosos en las verdaderas necesidades, cuando el otro no se dé cuenta, cuando no se trata de dar lo que nos sobra, sino de de desprendernos de algo por verdadera generosidad, ahí es donde el Señor estará viendo nuestra pura intención.
No nos dé por ser tan católicos cuando estemos en un apuro y luego ya salidos del apuro olvidarnos de Dios, conserva tu fe aún en las situaciones más adversas.
Perdonar, pedir perdón, por conveniencia no, ejerzamos la humildad autentica sin dobles intenciones, aprendamos de Jesús.