Las dos lecturas litúrgicas del lunes 22 de agosto, (comienzo de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (1, 1-5. 11b-12) y el evangelio del Apóstol San Mateo (23,13-22) nos presentan mensajes dirigidos a un grupo o a una comunidad en específico, pero en un tono muy distinto una de otra.
Nosotros que pertenecemos o hemos pertenecido a comunidades religiosas, o militamos en algún grupo o movimiento parroquial, eclesial, que nos congregamos para orar, profundizar, o que estamos en algún apostolado, deberíamos revisarnos a la luz de la palabra de Dios de éste día.
Cuál de estas lecturas nos describe, nos define más, empezando por la segunda carta a los Tesalonicenses, donde San Pablo se dirige a una de las comunidades donde él anuncia el Evangelio, y les habla en un tono de orgullo y felicitación, les dice: damos gracias a Dios por ustedes hermanos, la fe en ustedes se va acrecentando .
Sabemos que una comunidad va por buen camino cuando es constante en formarse en la fe, cuando se actualizan, cuando se capacitan para vivir y servir mejor, cuando su fe está anclada en el sólido conocimiento de la fe, en la Sagrada Escritura.
Las reuniones en las comunidades no son para charlatanería, para socializarse, para entretenernos. Estas deben ser doctrina sólida, y sus miembros se forman, donde beben de la fuente, del tesoro de la fe.
Dice San Pablo: “la fe de ustedes va creciendo, y el amor que cada uno tiene por los otros es cada vez más”. Toda verdadera comunidad cristiana debe ser una verdadera familia espiritual, donde cada uno importamos, donde podemos ser esperados, comprendidos y ayudados, no digo que seamos una élite de gentes perfectas y santas.
Muchos de los que intentamos adéntranos en alguna comunidad venimos de situaciones difíciles, de familias quebrantadas, muchos andaban a la deriva, sin empleo, sin fe, sin esperanza, hundidos en los vicios, en situaciones de mucho dolor, pero en la comunidad encontramos donde ser partícipes, entendidos y ayudados. Poco a poco vamos creciendo en el amor, donde de veras unos se preocupan por los otros y también por sentir la necesidad de darnos como una verdadera comunidad y convivencia cristiana.
San Pablo sigue exhortando a los Tesalonicenses: “estamos orgullosos por la constancia en la fe con que soportan las persecuciones y aflicciones”
¿Tú comunidad se identifica con todo esto?, o más bien ¿nos identificamos con lo que escuchamos hoy en éste Evangelio? ¿Ayudan y facilitan a entrar en el Reino de Dios o se convierten en obstáculo?, Jesús le dice a los Escribas y Fariseos: “ustedes cierran a los hombres el reino de los cielos, ni entran ni dejan entra a los que quieren”
También dice: “cruzan cielo mar y tierra para ganar un adepto, pero cuando lo consiguen lo hacen aún más digno de condenación que ustedes mismos”
Cuando entramos en una comunidad se supone que es parar crecer, no para ser corrompido por aquellos que ya se acostumbraron, que ya normalizaron la hipocresía, la crítica, la doble moral. Los protagonismos, la rivalidad, la envidia, todo esto es ahora lo normal en estos ambientes, hasta se ríen del ingenuo que de veras cree que se puede buscar a Dios.
Los Escribas y Fariseos empezaron con una buena intención viendo la corrupción del pueblo, ellos guardaron con mayor celo y pureza la ley de Dios, su intención era buena, como tantos grupos espirituales de movimientos en la iglesia, pero que terminan corrompiéndose por la ambición de sus líderes, por la superioridad hacia los demás, volviéndose intransigentes, y además creen que ellos son los que están bien, cuando todos los demás son los equivocados.
Evaluémonos, muchos de los que empezaron bien, poco a poco se van corrompiendo como los Escribas y Fariseos terminando mal, y aquellos que vayamos bien cuidarnos de no caer si en verdad tenemos intensión de servir al Señor.