El discurso del Rey en la Nochebuena estuvo algo crispado, transmitía un nivel de tensión que no se había contemplado en años anteriores. El estuvo distante, casi crispado. El discurso registró una audiencia media de 6 millones de espectadores, una cifra que supone un importante descenso de 673.000 espectadores, y tuvo una duración de 12 minutos y 59 segundos. El décimo mensaje navideño de Felipe VI, emitido en directo en el conjunto de 30 cadenas, registró un 64,1% de cuota de pantalla, lo que supone también un descenso de medio punto respecto al año anterior.

La intervención tuvo poco de festiva y poco de felicitación navideña, fue más bien una sucesión de recriminaciones a los políticos, a los jueces, a mucha gente. Habló de evitar la repetición de las tragedias que han cruzado esta España siempre partida en dos. Hizo hincapié en la Constitución, y en realidad por debajo de sus palabras era fácil intuir que se estaba refiriendo a la voracidad de los nacionalismos insaciables, que siempre pretenden ir más allá. Seguro que por su mente pasó la circunstancia de que tras la ley de amnistía Puigdemont va a volver, y tal vez en un futuro no muy lejano va a intentar proclamar de nuevo la independencia por la vía unilateral. Ojalá que no sea así, pues hasta Artur Mas afirma que no hay condiciones sociales para proclamar la independencia, no hay condiciones para ello son sus palabras exactas, y lo que cuenta y lo que se pretende es un nuevo pacto fiscal, que asemeje a Cataluña al pacto fiscal que disfruta el País Vasco. Este es el verdadero quid de la cuestión.

Estuve la semana pasada en Barcelona y comprobé que las esteladas secesionistas se han reducido mucho en los balcones. Ya no se ven como hace dos o tres años, solo vi alguna en el Barrio Gótico y en las calles más próximas a la Plaza Cataluña, pero muy contadas. Creo que los catalanes al final del camino son gente sensata, tienen una burguesía pactista que lleva siglos amenazando con el cisma, pero este no se realiza ni creo que se vaya a ejecutar. A fin de cuentas el forcejeo Barcelona–Madrid forma parte de nuestra identidad nacional, así lo apreciamos en el fútbol, en las actividades culturales, en la sociedad. Claro que ello no es obstáculo para que los madrileños visiten Barcelona y los barceloneses se acerquen a Madrid. A los canarios, como es una ciudad con mar, esta capital nos resulta luminosa y gratificante. Así la sentí desde que la conocí, cuando tenía 18 años.

Mi hija, la que vive en esa gran ciudad, me mandaba alegres vídeos donde compartía la fiesta independentista con sus amigos y amigas. Esto sucedió hace bastante tiempo, porque ya no hay cortes de calles, ni algaradas delante de los edificios oficiales. Ya no se ha vuelto a repetir aquello del artículo 155 de la Constitución, en tiempos del presidente Rajoy. Los catalanes van a recibir nuevas competencias por las que venían luchando hace tiempo: los trenes de cercanías, por ejemplo. Como he vivido tanto en Cataluña   como en Madrid, he de decir que los catalanes padecen efectivamente peores infraestructuras que la capital del Reino, hasta hace poco para entrar en las ciudades había tropecientos peajes, que se han ido anulando. Es verdad que Madrid ahora florece y Barcelona luce más apagada, muchas empresas se fueron cuando el furor.

Como dice un buen amigo, hay que tener alegría y optimismo para el año 24. Así que con mi cáncer de próstata mejor encaminado, con la insuficiencia cardiaca también controlada, me voy sintiendo mejor. Como dice un médico, hoy en día la medicina hace cosas que eran imposibles hace 40 años. Así que todos contentos, y dispuestos a vivir todavía unos buenos años. Así sea. Y lo mismo deseamos a los lectores.