LOS RIESGOS DE PAGAR TRAIDORES LE PASAN FACTURA A PUTIN.

                “Roma no paga traidores”, la famosa frase del precónsul a los asesinos del caudillo lusitano Viriato (o por lo menos eso dicen las leyendas) es de una sabiduría, cruel, pero cierta. El grupo Wagner, ese grupo de mercenarios paramilitares al servicio del ejército ruso, es una organización ilegal; dado que en Rusia no está permitida la contratación de servicios militares privados. Se dice que es el ejercito particular de Vladimir Putin y que está pagado con dinero de las arcas de la nación y con armamento suministrado por el Ministerio de Defensa. Como grupo no reconocido, realiza acciones, también, en asentamientos exteriores del país para asegurar los intereses rusos con prácticas poco claras en las guerras civiles de Siria, Libia o Malí. Su actual líder, Yevgueni Prigozhin, decidió rebelarse contra la mano que le daba de comer; alegando la defensa de sus efectivos, atacados por el ejército ruso. Ante esta sublevación, el presidente Putin dijo públicamente que abortaría la insurrección del grupo Wagner.

                Mi reflexión quizás venga dada por las cosas que uno aprende en las películas o en los libros, pero si pagas a unos mercenarios asalariados para cumplir alguna misión, siempre tienes que tener en cuenta que puede venir alguien y gratificarles más de lo que tú les pagas. Y ya les tenemos, como mercenarios que son, se venderán al mejor postor. Los más de 6.000 efectivos con los que cuenta, cobran unos 2.000 dólares. ¿Si llega Estados Unidos y les da 3.000 dólares a cada uno, no apuntarán con los tanques hacia el lado contrario? (Es una suposición lícita). ¿No les suena verlo en el cine? Por ahora, la sublevación ha sido reprimida (¿o solamente pospuesta?) por la intermediación del presidente bielorruso Alexander Lukashenko y el grupo se ha retirado de las posiciones de Rostov. Pues nada, que tenemos un culebrón para estar entretenidos este verano. Atentos quedamos.


¿EL FIN DE LAS MASCARILLAS EN CENTROS SANITARIOS PONE PUNTO FINAL A LA PANDEMIA?

                Yo, como personal sanitario, ya no veo el momento de ir a trabajar sin la mascarilla. De verdad. No lo aguanto más. ¿Qué puede ser contraproducente?  Cierto. Que volvemos a estar expuestos, ciertísimo. Pero hemos aprendido cosas por el camino. O, al menos, eso espero. Ahora, las famosas mascarillas, que quizás nos han salvado la vida y no las estemos valorando en su medida, pasan ser una recomendación. Y, desde este medio les adelanto, que las voy a seguir usando los días en los que vea que tengo un simple resfriado. Antes nos reíamos de los orientales cuando los veíamos en el metro usándolas. Ahora admiro su disciplina y abnegación, cosa que los españoles no tenemos, ni se espera que la tengamos. Quizás esta sea la forma adecuada y necesaria de no contagiarnos, ni de contagiar a otros, enfermedades más comunes como la incómoda gripe estacional.

                Creo que es un ejercicio de responsabilidad. Y, de verdad, no creo que; si algún día voy a trabajar al hospital con la mascarilla puesta porque tengo “moquillo”, nadie vaya a decir nada. Todo lo contrario. Espero que se le dé el justo valor a la solidaridad de mi intento de no contagiarles. Después, estará ese otro tipo de gente. El que ya no está usando la mascarilla, porque ellos han auto determinado, personalmente, que ya no es necesaria. La que no ha aprendido que esto lo hemos salvado haciendo caso de las recomendaciones. Esos, seguirán transmitiendo virus porque “de gripe no se muere nadie”. Eso dicen. Cosa que no es cierta, se lo aseguro. Ahora, el fin de la obligatoriedad del uso de las mascarillas en centro sanitarios, parece que pone el punto final, el último reducto del covid, el último candado que hay que abrir para decir que “ya, todo pasó”. Espero que así sea, pero que, si hay algo para lo que tiene que haber servido todos estos años de sacrificio, es para darnos cuenta que somos más vulnerables de lo que creíamos y que esto no lo sacamos adelante si no colaboramos todos con determinación.


SE DESPIDE “SÁLVAME” DE TELE5 DESPUÉS DE 14 AÑOS DE TELEFICCIÓN.

                No lo voy a echar de menos porque no creo que haya visto más de 10 programas durante su andadura en Tele5, pero que ha marcado un antes y una tendencia en la televisión, no se le puede negar. Un programa no dura tanto si no hay una audiencia que lo respalda. Y cuando ésta ha empezado a caer, era hora de sacrificar a la criatura. Lo que siempre me tendrá alucinado es la forma en la que la gente se cree las cosas que salen en la televisión. Sálvame era puro guión. Unas veces sacando verdades a la luz, otras tergiversándolas y, sí, digo bien, otras inventándoselas como si fuera un culebrón de los años 80. Como en las series cutres, se creaban personajes, elevándolos a los altares, para luego dejarlos caer ante la ansiosa audiencia ávida de ver llorar a personajes dentro de la caja tonta. ¡Cuántas muñecas rotas! ¡Cuántas han perdido la dignidad por un dinero que luego se tuvieron que gastar en psicólogos! Se aprovecharon de gente débil de carácter o con problemas económicos para sus “maquiavélicos” montajes con los que mantener en vilo al público durante algunos meses.

Y no tengo pruebas, pero apuesto a que, algunos de esos “culebrones” se hicieron con artistas extorsionados a cambio de no difundir imágenes como le pasó a Marta Sánchez en el famoso posado desnuda en “Interviú”. El monstruo se les escapó de las manos y la gente empezó a cansarse. Pero ahí está todo. 14 años en antena. Admirable y envidiable. Nunca entenderé como a la gente le puede gustar ver a Jorge Javier Vázquez hundir una daga en el pecho de alguna de las víctimas del programa y, después, echar sal para que le escueza más. Tan malvados somos para disfrutar del escarnio público, como para pasar la tarde viendo como una corte de cómplices se gritaban unos a otros y se ponían verdes y hacían las paces, coreografiados por un guión al que ellos le debían sumisión y pleitesía. En fin, que por un lado me alegro. Sobraba tanta mala vibra en la formación de nuestra juventud.

Una vez se proyectaron mis cortometrajes a varias clases de un instituto. Cuando se formó debate después, unas alumnas me rebatían que para triunfar no hacía falta estudiar. Me ponían como ejemplo a Belén Esteban. Lo malo, que tenían razón. Eso es lo que ese tipo de influencia tiene a la juventud de hoy en día tan perdida en valores y con un egoísmo que a la larga les va a perjudicar, y mucho. De todas formas, escribo bajito, no sea que vaya a ser verdad ese refrán que dice “alguno vendrá, que bueno me hará”. Miedito.