Ser famoso. ¿Quién no ha soñado con serlo al menos una vez en la vida? La fama tiene varios grados: famoso, famosillo, influencer, etc. Hay quienes piensan que ha de ser genial conquistar la fama, porque todo el mundo te admira y te respeta. Pero en la realidad, las cosas no son como parecen. Pues la fama también ha de tener su lado oscuro: cierta ansiedad, cierta inseguridad para gestionar el éxito. En la historia reciente ha habido ganadores de la lotería de Navidad que se han visto arruinados al cabo de poco tiempo, y eso le ha sucedido también a gente que ayer fue famosa y hoy da pena: futbolistas, cantantes, actores y actrices… Siempre hay tiparracos interesados en administrar los dineros de los famosos, y al cabo de los años los famosos son desplumados por esos listos. Los famosos y famosillos se quejan de algunas de las desventajas que tiene su condición, pero explotan muy bien su momento, dedicados a ganar una pasta gansa yendo de una pantalla a otra.
Cuentan que la superfamosa Isabel Preysler está inmersa en la promoción de sus superexclusivas, de la nueva aventura profesional y uno de los programas televisivos más esperados. De su experiencia con Mario Vargas Llosa salió algo afectada, puesto que el premio Nobel publicó cosas sobre ella y su familia que seguramente no le agradaron: que si se pasaban el día hablando de cotilleos, que si se pasaban la mañana y la noche probando cremitas para no envejecer, que si eran una panda de gente tontorrona. Obviamente, ella, como es una Señora, se dedicó a no comentar las confidencias de su ex, que rápidamente volvió con su antigua mujer de casi toda la vida, Patricia Llosa Vargas, su célebre prima.
Soy de los que piensan que Vargas Llosa tenía sus motivaciones secretas para emprender esa relación: habría estado más que bien que al cabo del tiempo publicase una novela acerca de las frivolidades y de los caprichos de esta clase de gente que vive pendiente de sus exclusivas. Pero don Mario anda ya por los 87 y no creo que tenga ganas de meterse en esos berenjenales. De cualquier modo, de todas las parejas que ha gozado doña Isabel ha sido el único varón que se ha atrevido a criticarla en público. Que si en esa casa no se leen libros, que si las conversaciones son algo estúpidas, que si se está al quite de las nuevas cremitas y maquillajes para el embellecimiento de ella, sus hijas y demás allegadas.
Y así ha sido: muchos y muchas venden sus rupturas matrimoniales y luego sus reconciliaciones, sus aventuras amorosas y su punto final. Negocian previamente con las revistas del ramo, que ofrecen buenos beneficios a los que tal vez ni siquiera haya que declarar a Hacienda, aunque Hacienda somos todos.
La llamada reina de corazones, por fin, se deja ver en su día a día y aparece con los preparativos para celebrar la Navidad. La nueva estrella de los culebrones de la televisión reunió a la prensa en el hotel Ritz de Madrid para presentar nada menos que “Isabel Preysler, mi Navidad”. Al parecer se trata de un documental que será emitido próximamente y en el que muestra la manera exuberante en que vive estas fechas tan entrañables en compañía de su familia e hijos. Así que la diosa va a descender al mundo de los mortales para que apreciemos todo lo que se le ha ocurrido, que debe ser mucho.
Las cosas ya no son como eran, y tampoco las próximas fiestas se han librado del famoseo. Así que cualquier ocasión es propicia para lanzar una exclusiva que, naturalmente, convoca a lo más granado de la prensa del corazón. Es lo que hay. Qué tiempos aquellos de las Navidades austeras y pobretonas. Y nosotros aquí cada vez más dependientes del turismo, que se eleva en el PIB a porcentajes nunca vistos.