Un político culto y homosexual sin complejos, un miembro destacado de esa masonería que tanto auge tuvo en la isla de La Palma, un hombre al que gustaba regresar a sus raíces, a la casa maternal de Mazo, que había reformado. Muchas veces coincidimos en el avión desde Gran Canaria a La Palma, y viceversa. Y siempre saludaba a Rosario Valcárcel, a quien llamaba “parienta” porque las abuelas de ambos fueron hermanas.

Tan solo por haber inventado el festival de música de Canarias, esa cita espectacular de cada invierno, ya tendría un lugar de honor en la memoria de nuestro archipiélago.

Cuántas veces nos hemos sonrojado cuando los distintos partidos políticos elaboran sus listas electorales y apreciamos que los candidatos son mediocres y analfabetos funcionales incapaces de mencionar la palabra Cultura en sus programas.

Jerónimo Saavedra fue todo lo contrario, uno de los padres de nuestra autonomía supo manejarse con sigilo y arrojo según las circunstancias. Quiso gobernar con sentido de progreso y de justicia, pero en aquel pacto de gobierno con Manuel Hermoso, es decir, con ATI, pronto sería traicionado.

Jerónimo predicaba la idea de sumar, en vez de restar. Igual que su correligionario Juan Rodríguez Doreste, venía del socialismo histórico, y compartían creencias. Todavía me acuerdo de que, cuando la muerte de Rodríguez Doreste, quienes conducían el ataúd entraron en la catedral. Y el obispo advirtió que, puesto que el ex alcalde había manifestado más de una vez su pensamiento agnóstico y su pertenencia a la masonería, no podía oficiar el culto habitual para los difuntos.

Así que el obispo dijo que solo se iba a rezar un padrenuestro. Fue un momento de cierta sorpresa, pero nadie protestó. Y así lo cumplimentamos quienes llenábamos la catedral, rezamos un sencillo padrenuestro para despedir al buen hombre.

Creo que a Jerónimo le sobraban también los ritos habituales, porque él pertenecía a una organización que tiene los suyos. Con respeto a una idea de Dios, a quien ellos denominan el Gran Arquitecto del Universo.

Lejos de aquí, en un país muy querido, un político algo extravagante ha ganado las elecciones presidenciales aunque por el momento solo cuenta con el respaldo del 15 por ciento del Congreso, hasta que se convoquen nuevas elecciones para renovarlo. El sistema es semejante al de Estados Unidos. Javier Milei, ese hombre que ha arrollado en las urnas, es un hijo del desencanto que comparten millones de compatriotas. Argentina fue un país próspero en los años 50, fue un país rico y con prestigio en el mundo, y ahora padece una inflación del 140 por ciento, con lo cual los ahorros que pueda tener la gente se volatilizan por la continua alza de precios.

A un amigo que tengo en Buenos Aires le pregunté cómo se puede definir el peronismo. Y la respuesta es muy difícil, porque en el peronismo hay tantas tendencias que es imposible enmarcarlo en alguna fórmula conocida. El último presidente no peronista debió ser Alfonsín, que se presentó por el Partido Radical y fue un hombre honrado. Piensa mucha gente que los últimos regidores de la política argentina han arrasado las arcas públicas, el mal gobierno ha sido un mal endémico.

Milei es denominado “anarcocapitalista” por comentaristas políticos de allá. Con la euforia de su triunfo en la mano, anunció cambios drásticos. Como suele suceder, las encuestas preelectorales en Argentina se equivocaron por completo ¿qué finalidad tiene seguir publicando encuestas si son una ruina? Pues bien, el flamante presidente quiere convertir de nuevo a su nación en una primera potencia mundial. Ahora comienza la reconstrucción del país, el final de la decadencia. Propone dolarizar la economía, olvidarse del peso, derogar el aborto, etc. En Italia la señora Meloni, también de ultraderecha, amenazó con lo mismo pero luego no ha cumplido con derogar el aborto, que para muchas mujeres ha sido una conquista histórica.