Está nerviosa, ¡son tiempos difíciles! Éste es de esos findes en los que más angustiada está, después de dos intensas semanas de dimes y diretes. El día es fantástico, el cielo está despejado y azul, no hay ni una nube, y la brisa del mar llega hasta ella, pero ni se da cuenta. Sólo quiere reflexionar, sólo quiere pensar, sólo quiere descansar.
Su amiga va detrás, lleva varios minutos siguiéndola a escasos metros. Sabe que hoy es un día especial, quiere acompañarla, pero no quiere ser un estorbo. Esperará su momento, quizás en un poco se siente en uno de los bancos del camino, y así podrá saludarla.
Ella lleva cuatro años con pequeñas molestias, las normales en su profesión, pero todo se revuelve, se recuerda, y se magnifica en estos días. Podría decirse que tiene ácido, si tuviera estómago, pero no es eso, es que la rueda debe empezar de nuevo a contar, algunos se irán y otros vendrán. ¡Lo mejor será sentarse a descansar!
Su amiga aprovecha, y se sienta a su lado a acompañarla. Se miran, nada se dicen, sólo comparten el momento. Ambas miran al frente, ven a los niños felices en el parque con sus padres, y a las palomas volar libres mientras el tiempo pasa. En realidad siempre van juntas, una depende de la otra, o mejor dicho, una está condicionada por lo que la otra decide.
Se miran de nuevo, y se abrazan. Uno de esos abrazos que funden corazones, sabedoras de que a partir del lunes volverán a intentar dividirlas, a enfrentarlas, a pretender que se peleen, a condicionarlas. Porque ellos volverán de nuevo a mirar sólo por sus propios intereses.
Por eso, La Justicia, sabedora de las preocupaciones de La Política, le dice: si pudiera pedir un deseo, sería que todos los que salgan elegidos pasen de la Plaza de la Ilusión hasta llegar a la Playa de La Esperanza, tal y como las describió en su relato Nuevo trayecto, Honorio Castellano en octubre de 2013. Así, el mundo, caminando por la calle del perdón, sería siempre mejor.