Hace unos días me hicieron una pregunta muy hermosa.  Mi hijo quiso saber por qué me gusta tanto leer.  Al oírle, tuve la impresión de llevar toda la vida esperando ese momento, el instante en el que alguien, con la espontaneidad e inocencia que él aún desprende, me interpelara con esa curiosidad tan sincera. Tan pura. Confieso que me hubiera gustado decirle que leo mucho porque la lectura me permite ver cosas que de otro modo jamás podría. Porque en los libros encuentro un sosiego tan grande como indescriptible, una sensación de paz que no siento en ningún otro lugar. O porque me complace comprobar que, tras horas de lectura, el mundo sigue girando ahí afuera como si nada hubiera ocurrido.

Quizás podría haberle dicho que leer es como llenar los pulmones de aire limpio. O que gracias a los libros conozco mejor a mis congéneres y por ello, a mí mismo. Ya saben, la frase de José Emilio Pacheco: «No leemos a otros, nos leemos en ellos».

También podría haberle respondido que leer me enseña a ralentizar el tiempo, a ser humilde, atento, imaginativo. A ser feliz sin pretenderlo. 

Sin embargo, me limité a decirle que me gusta leer porque me divierte. Porque yo me entretengo entre mis libros como él lo hace con sus amigos y sus juguetes. Al fin y al cabo, una verdad, por simple, no es menos verdad.

Reconozco que este año no he podido leer todo lo que me hubiera gustado. Pero, siendo sincero, tampoco me ha importado. Lo importante es que sigo disfrutando muchísimo cada segundo que paso sumergido entre líneas. Por eso cuesta elegir, sí, pero aún así, me he atrevido a listar los libros que más me han calado este año:

Gozo’ de Azahara Alonso. Sobre el trabajo hay mucho escrito. Pero muy poco sobre el placer de no hacer nada. Y menos aún de un modo tan maravillosamente pensado y argumentado.

‘Salir de la noche’, de Mario Calabresi. He aquí un relato hermoso y honesto sobre el dolor personal, y el de toda Italia, que provocó el terrorismo de los Años del Plomo. Pero, sobre todo, he aquí un relato que narra el largo y tortuoso camino que conduce hasta una de las cimas, que entonces y hoy, muy pocos alcanzaron: el perdón. 

‘El verano que mi madre tuvo los ojos verdes’, de Tatiana Țîbuleac. Si la literatura te emociona hasta el punto de hacerte llorar, se dice y no pasa nada. Esta obra, tan extraordinaria, es un viaje a la profundidad del alma humana y el dolor, a la reconciliación y la redención. Las luces y sombras de esa cosa, a veces extraña y a veces tan compleja e incomprensible que llamamos vida.

‘Un lugar llamado antaño’, de Olga Tokarczuk. No exagero: más que un libro, esta historia me pareció una bomba nuclear. Original. Mágica. Inconmensurable. Una prosa sensual, desbordante; un derroche de imaginación que me llevó más que a un pueblo polaco, a un universo literario inédito e inimaginable. Prodigiosa.

‘Libro del desasosiego’, de Fernando Pessoa. No me canso de leer esta obra inagotable. Su lectura es como salir a caminar por Lisboa con las manos en los bolsillos y el corazón en un puño.

‘La luz que cae’, de Adolfo García Ortega. Hace unos meses, en una charla inolvidable, me preguntaron qué era para mí la literatura. Entonces dije que las letras, para este lectorzuelo, son las gafas con las que, en silencio, observo el mundo que me rodea. En este ensayo/novela, el personaje, el filósofo Hiroshi Kindaichi, revela su manera de acercarse y de dialogar con la naturaleza, tan pionera como atrevida. Sus observaciones y sus reflexiones, tan sutiles, tan hermosas y tan valiosas, son como unas lentes que ofrecen al miope una nueva forma de ver las cosas. Grato descubrimiento. Gratísimo aprendizaje.

‘Velocidad mínima’, de Paco Bezerra, reúne todas las obras de este inimitable e incorregible dramaturgo. Pocas antologías invocan al pensamiento, agitan la duda y animan a reflexionar como esta. El teatro, según el autor, vendrá después. ¡Y qué teatro!

‘Dime mi nombre: Poesía completa’ de Sylvia Plath.Todo camino que me conduzca a latidos como estos, siempre merecerá la pena de ser recorrido: «Respiré profundamente y escuché el antiguo estribillo de mi corazón. Yo soy, yo soy, yo soy»

Mis sinceros deseos para que el año que pronto nace, venga con abundantes y prósperas lecturas. ¿Para qué más?