Qué difícil se me hace escribir desde el dolor. Pero la noticia saltaba esta mañana para dejarnos helados. Un infarto se llevaba a un amigo al que he admirado y había decidido convertirlo en mi referente. Antes de anoche, los avatares del destino son crueles a veces, había empezado su último trabajo “Los nombres prestados”, con la que ganó el prestigioso Premio Café Gijón de novela. Siendo uno de los grandes nombres de la novela negra en España, todos los que lo conocimos lo extrañaremos como persona por su humildad y su carácter bonachón y su don de gentes. Además, como yo, era de los de abrazar con fuerza.

Desde la infancia vivió rodeado de libros ya que su padre los repartía puerta a puerta. Trabajó como camarero, que fue cuando lo conocimos muchos de los que nos dimos cita hoy en el tanatorio en la mítica sala Cuasquías, donde todos los bohemios de la cultura finales de siglo nos dábamos cita para conciertos o tertulias literarias. El reconocimiento le llegó con su novela “La estrategia del pequinés”, recientemente llevada a la pantalla por otro de los buenos amigos de esa época, el director Elio Quiroga. Yo, para la escritura de mi próxima novela había seleccionado tres títulos que leerme para “influenciarme” de estilo y contenido y una de ellas era su última obra que me dedicó en septiembre. La dedicatoria y la explicación que me dio no se me va a olvidar nunca. Éramos dos personas que nos negábamos a crecer y disfrutar nuestra niñez y, sobre todo, artísticamente independientes. Como bien definió él: “dos islas en el mar de las palabras”. Hoy, al lado de su cuerpo yacente había una frase que había pedido que pusieran si “se iba demasiado pronto”, como así fue: “Si lo sé, no vengo” y yo, como en más de una ocasión voy a contradecirle, porque lo que deja (sus libros y su forma de enfocar la vida) se nos queda para influenciarnos. A mí, personalmente, me influirá en mi próxima novela. Así que Eladio Monroy y yo le contestamos a su frase con un: “gracias por haber pasado a saludar por este mundo”.