Amparados en la turba que llena los estadios, desde hace mucho las manadas de impresentables insultan a los jugadores de color. En España se ha convertido en una estampa habitual, que a los directivos no les llama la atención, debe ser que la consideran normal y aceptable. Hay otros países donde estos comportamientos no suceden, recordamos que en una ocasión parte del público comenzó a silbar el himno nacional de Francia, y los jugadores se retiraron a los vestuarios hasta que los ánimos se calmaron. Y en Europa hay roces con la inmigración, esta época de economía débil. Pero no parece que ni en Inglaterra ni en Alemania ni en Italia se den insultos racistas en los estadios.
Al defensa Alves le tiraron una vez un plátano, como si fuera un mono, y menos mal que reaccionó adecuadamente pues lo recogió del césped y se lo comió. El insulto y el ataque a la diferencia en la piel se ha convertido en una secuencia muy frecuente en los distintos campos.
La responsabilidad de las autoridades deportivas debe ser puesta sobre la mesa, creo incluso que a los máximos dirigentes habría que juzgarlos por su falta de acción. Con estas actitudes de bastantes aficionados al fútbol se está sembrando la idea de que por aquí somos racistas… un poquito. En Brasil se armó una gran escandalera con el asunto Vinicius, y hasta Lula da Silva, su presidente, se mostró muy enojado.
Al parecer, los altos ejecutivos han estado más pendientes de sus fabulosos sueldos y de la firma de contratos más ventajosos con las televisiones. Entretanto, se han olvidado de la esencia del deporte, que no es otra que competir limpiamente, y sembrar competiciones justas. Tanto el presidente de la Real Federación como el de LaLiga han demostrado su falta de rigor ético y su ambición por otras cuestiones, en vez de conseguir callar a los energúmenos que chillan en los estadios antes de los partidos y durante el transcurso de estos, amparándose en la masa.
Vinicius, el joven y extraordinario jugador del Real Madrid, es algo provocador, ciertamente. Es agresivo en el área, juega muy bien pero a veces cae en errores infantiles. Pero no hay derecho a insultarlo por el color de su piel. Brasil ha protestado enérgicamente, y considera que somos un país poco cívico, un país agresivo con la diferencia.
En Canarias estamos acostumbrados ser hospitalarios, hemos convivido con muchas nacionalidades, con muchas culturas. Nuestro espíritu siempre ha sido recibir al forastero y, aunque estamos sometidos a la onda migratoria desde África, puede decirse que la población insular es tolerante. Bien es cierto que siempre hay opiniones acerca de la cobertura social que en este país se ofrece a los inmigrantes, que se considera excesiva. Y hay que recordar que nosotros también somos emigrantes natos, a Cuba, a Venezuela, a Argentina, a México, etcétera. Fuimos clandestinos cruzando el mar en épocas en las que la economía nacional no estaba desarrollada, y en buena parte del país se padeció miseria y hasta hambre tras la incivil guerra. Fuimos tan clandestinos como lo son ahora los senegaleses, los marroquíes, los gambianos y etcétera. Gente en su mayoría joven que huye de las precarias condiciones de sus respectivos países, en los cuales ciertamente las potencias europeas que los ocuparon se aprovecharon de sus recursos pero no sembraron prosperidad. Y son lugares en los cuales hay instalados gobiernos dictatoriales, autoridades corruptas. Como sucede por ejemplo en Guinea Ecuatorial, que fue colonia española hasta que Fraga Iribarne marchó allí para concederles la independencia. Hoy en día Guinea Ecuatorial tiene recursos naturales muy importantes, y entre ellos el petróleo. Pero sus habitantes no disfrutan de esa prosperidad que solo beneficia a la casta dominante, integrada por Obiang, sus hijos, sus allegados y demás cómplices de una dictadura infame.
En el fútbol y en la vida dejemos de ser un poquito racistas.