Cuando hablamos de política profesional o la profesionalización de la política, es importante conocer la opinión al más alto nivel intelectual que, en forma de prólogo, me regaló en su día Jerónimo Saavedra. Destacado político español, quien fuera ministro de España en varias ocasiones, presidente del gobierno de Canarias y uno de los políticos españoles más reconocidos y recordados de los últimos años.

Tuvo el inmenso detalle de escribir este texto para mi libro de comunicación y marketing político VOY CONTIGO (El valor del equipo profesional en la política).

Así quiso dejar este regalo para la sociedad de nuestros tiempos…

Es inevitable referirse a la célebre conferencia del filósofo y jurista alemán Max Weber, considerado uno de los padres de la sociología, pronunciada en los rigores revolucionarios e invernales de 1919, para tratar este asunto.

Decía entonces: “Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive “para” la política o se vive “de” la política. La oposición no es en absoluto excluyente. Por el contrario, generalmente se hacen las dos cosas, al menos idealmente; y, en la mayoría de los casos, también materialmente”. Basaba su razonamiento en que “quien vive “para” la política hace “de ello su vida” en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de “algo”.

Jerónimo Saavedra e Isaac Hernández – Las Palmas de Gran Canaria, noviembre de 2020.

En este sentido profundo, todo hombre serio que vive para algo vive también de ese algo. La diferencia entre vivir para y el vivir de se sitúa, pues, en un nivel mucho más grosero, en el nivel económico”. Para Max Weber, “vive “de” la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive “para” la política quien no se halla en este caso.

Para que alguien pueda vivir “para” la política en este sentido económico, y siempre que se trate de un régimen basado en la propiedad privada, tienen que darse ciertos supuestos, muy triviales, si ustedes quieren: en condiciones normales, quien así viva ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle. Dicho de la manera más simple: tiene que tener un patrimonio o una situación privada que le proporcione entradas suficientes”.

Señalaba el filósofo alemán que tres virtudes, convenientemente entrelazadas, propiciarían una labor del político que resultase socialmente beneficiosa. Por un lado, la pasión política, “pero no una pasión desaforada, sin rumbo ni objetivos, sino una pasión canalizada por el sentido de la responsabilidad del político”. Este sentido de la responsabilidad, considerado como segunda virtud fundamental, “permitiría encauzar adecuadamente las energías y el entusiasmo del político en beneficio de la sociedad”. Finalmente, Weber señala un tercer elemento: el criterio, definido como “la capacidad de dejar actuar a la realidad sobre uno mismo manteniendo la cohesión y la paz interiores, es decir, la capacidad de mantener distancia frente a las cosas y a las personas”.

Desde entonces, las circunstancias históricas y sociales dan pie a una multiplicidad de interpretaciones que, de alguna manera, se contrastan en los contenidos de esta publicación. En España, desde la instauración de la democracia, la profesionalización de la política alimenta la controversia. Ahora mismo, en un marco muy extendido de rechazo o desafección hacia la política por numerosas razones, hay una creencia aceptada de que la política se ha convertido en un medio de vida. Ello hace de la supervivencia una cuestión de dependencia no fácil de solventar pues se complica cuando los recursos son limitados y los factores sociopolíticos, incluida la pugna intrapartidista, condicionan notablemente la accesibilidad a tareas de responsabilidad pública. Entonces, la necesidad antes que la vocación. Y ese es otro debate que cuesta afrontar. El historiador de las ideas morales y políticas Roberto R. Aramayo, autor de La quimera del rey filósofo, se preguntaba hace algún tiempo si acaso es tan difícil encontrar políticos vocacionales que no se conviertan en políticos profesionales. Citando de nuevo a Weber, “no se conseguiría lo posible si en el mundo no se hubiera recurrido a lo imposible una y otra vez”. Para Aramayo, “abundan los políticos vocacionales amateurs e inmunes a la profesionalización política y que bastaría con hacerles sitio en la gestión pública, con ayuda de mecanismos democráticos como el sorteo o la espontánea postulación, tal como preconiza Arendt en las páginas finales de Sobre la revolución, sometiéndoles luego al escrutinio electoral. Pero eso significaría el final para muchos políticos profesionalizados, incapaces de advertir que la política nunca ha precisado tanto como ahora del compromiso estrictamente vocacional”. Pero compromiso impregnado de ideología, ¡eh!, que algunos bandazos y comportamientos incoherentes desconciertan enormemente y nutren la desafección aludida, además de aumentar la merma de credibilidad. La política de nuestros días requiere de personas con preparación para estar a la altura de las exigencias de los cometidos y de la sociedad misma. En ese sentido, parece pasado el tiempo del voluntarismo, que fue inevitable cuando empezamos a convivir en democracia. Hoy, los partidos políticos deberían dedicar más tiempo y sensibilidad a la formación de sus recursos humanos, así como a la captación de valores que reúnan las cualidades indispensables para convertirse en eficaces gestores de lo público.

El ex presidente de Uruguay, José Mújica, dijo que “la política no es un pasatiempo, no es una profesión para vivir de ella; es una pasión con el sueño de intentar construir un futuro social mejor”. En un sustancioso trabajo, el catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad Pompeu y Fabra (UPF), Carles Ramió, señala que, para lograr eficacia, eficiencia y, especialmente, inteligencia y ética institucional que conduzca a un buen gobierno, es condición necesaria poseer buenos profesionales inteligentes y con buenos valores. “Pero no es la condición suficiente -explica-. La argamasa que permite canalizar en positivo (y desgraciadamente también en negativo) estos beneméritos recursos es el liderazgo institucional. Es tarea del líder, de los líderes, lograr la máxima capacidad de sus organizaciones públicas articulando los conocimientos, ideas y valores de los empleados públicos”. Abundando en estos conceptos, el médico y licenciado en Derecho andaluz, Ramón Ribes, ha afirmado recientemente en el diario Córdoba que “frente a los profesionales de la política, deben emerger con fuerza los profesionales en la política”.

De ahí que las siguientes páginas despierten el natural interés que deriva de los enfoques con que se afronte la profesionalización de la política, especialmente desde las perspectivas de mayor actualidad. Que se hable aquí del consultor político, de la organización de eventos, del periodismo y la abogacía en la política, de la dirección de comunicación política, campañas y elecciones, y de fenómenos tan recientes como la storytelling, el copywritingo la irrupción de Instagram en el ámbito político, supone un acercamiento riguroso y bien fundamentado a esas materias para favorecer el entendimiento de las interioridades, de la evolución y de las perspectivas en su relación directa con la política.

En definitiva, una acertada promoción de Isaac Hernández para una iniciativa editorial plausible.

Jerónimo Saavedra Acevedo