Paisaje de matorrales y dunas, en las inmediaciones del desierto. En el hotel de Tozeur, justo al lado de la frontera con Argelia, en vísperas de la gran final un camarero se acercó a mí pues quería conocer algo de vital importancia.
–¿Español?
–Sí.
–¿Del Real Madrid o del Barcelona?
Suelo dejar desconcertados a los que me preguntan, porque no doy la respuesta que ellos esperan. Pero se trata del requerimiento fundamental, es la cuestión de gran importancia si estás de visita en Jordania, en Eslovaquia, en Munich, en Banjul, en Nueva Delhi o incluso en San Petersburgo. Donde quiera que estás te plantearán la consabida cuestión pues el fútbol es una pasión universal que lo domina todo, y, obviamente, el Real Madrid es el mejor equipo del mundo por tener los mejores jugadores, por su entrenador, por el presupuesto, por su presidente, por su enorme capacidad de juego y por su capacidad para remontar partidos muy difíciles, las epopeyas del Bernabéu generan admiración en los cuatro costados del planeta, esa rabia por ganar, esa pasión irresistible, esa manera de evitar goles y de marcarlos en la portería contraria. Y el Barcelona históricamente ha deleitado por su modelo de juego desde las épocas de Cruyff y Guardiola, por haber sido la base de la selección española y también por sus ligas y sus Champions, como es lógico con una marca de triunfos por debajo de los merengues.
Cuando aquel sábado comenzó la final contra el Borussia de Dortmund se formaron apiñados grupos delante de los televisores disponibles, de tamaño pequeño, nada que ver con los grandes formatos que disponemos por aquí. El 95 por ciento de quienes estaban atentos eran hombres, tan solo vi un par de mujeres por aquí y por allá. Tampoco ves mujeres en los cafés callejeros.
La hinchada aplaudía las ocasiones de peligro, los tiros al poste, los avances con intención. Por supuesto que salieron a relucir muchas camisetas del Real, estaban en su salsa demostrando su poderío, aunque en muchos lugares de África y en Asia los niños llevan las del Barcelona, quizá porque son más coloridas que las de su rival.
Estábamos atravesando episodios de calor mientras contemplábamos ruinas de la civilización romana, entre ellas el célebre monumento de El Jem, escogido como fondo para el rodaje de la película Gladiator. El país tiene buenas carreteras, aunque algunas autopistas son de peaje. No recibíamos noticias de Begoña Gómez ni sabíamos que Abascal había acudido a postrarse ante Netanyahu para pedirle perdón por este dislate del reconocimiento de Palestina, solo recordábamos que la política patria es un partido de fútbol con marrullerías, y ni el VAR pone orden en las jugadas dudosas, que ahora se reproducen a velocidad de vértigo, hay dos aficiones tan enfrentadas que se protesta cualquier acción. Solo sabíamos que el mundo es un balón redondito con el cual se generan las gestas de la actualidad, pues de él nacen las grandes épicas de estos años, y quienes las protagonizan son los nuevos dioses.
Puestas así las cosas, no hay gran interés en las elecciones europeas de este domingo 9 pues ha habido varios comicios muy seguidos, y lo de Europa es una maquinaria gigantesca que nos apabulla con sus disposiciones, a veces tan peculiares. Pero Europa nos ha dado bastantes cosas desde que el país se transformó en una democracia. Y nosotros en las islas batiendo records de visitantes turísticos, cada año muchos más extranjeros vienen a tostarse al sol pero también a comprar viviendas. Por ahora hay algunas protestas callejeras pero todavía no se intenta poner normas para que esta invasión de visitantes no acabe por devorarnos.
En el paraíso subtropical, las cosas siguen siendo diferentes: somos muy accesibles para los que vienen de fuera, somos una playa y una piscina de categoría superior, el whisky es más barato que en Escocia. Y así sucesivamente: también los extranjeros ganan más y pueden comprar casa aquí.