Miradas

Baja a toda prisa por la acera destartalada de la calle Buenos Aires. No le falla el paso, en ninguno de los adoquines sueltos, se conoce de memoria dónde está cada uno, y sus tacones de aguja los esquivan haciendo de ágiles banderilleros. No bajan coches, y no espera a que el semáforo le dé paso, para poner sus pies en la calle Triana.

Se da un respiro junto a la escultura de Chirino para recomponer su impoluto vestido blanco con un sugerente escote, que acaba en una falda de tubo sobre sus rodillas. Mira al frente antes de reanudar dignamente su camino, y sus miradas se encuentran. Fiel a su estilo, avanza sin hacer ademán alguno, pero frente al restaurante de comida rápida, al pasar junto a él, sus miradas se enganchan, diciéndose todo sin hablar de nada.

Resistiendo su impulso, no mira atrás, hasta que, en la esquina del edificio de Turismo del Cabildo, sin esperanza, gira la cabeza, y le ve aún parado, mirándola. El corazón se le acelera, y las piernas, también, sin saber si dar la vuelta, o seguir su camino. Mientras, le suena su destartalado móvil. Lo mira: es del trabajo. ¡Pero si acaba de salir! Sin embargo, contesta:

— ¡Dígame, Don Ricardo!

— Diana, dejaste sin limpiar el baño del despacho del notario.

— Don Ricardo, sabe que el despacho del Sr. Notario y su baño son lo primero que limpio cada día. Hoy, también, pero había una pérdida de agua en el lavamanos, se lo dije a Susana, y quedó en avisar al fontanero.

— Por eso; el fontanero vino y no volviste a repasarlo.

— Nadie me lo dijo. Pero no se preocupe, volveré luego y lo limpio, antes de que abran a las cuatro —consiguió responderle antes de que él le colgara el teléfono.

La cara le cambió, ahora tenía que darse más prisa aún en comer para volver y limpiar el dichoso baño, antes de ir a su otro trabajo.

— ¡Hola! —le dicen.

— Levanta la cabeza, y ahí está: es él.

— ¡Hola! —le responde. Es alto, atlético, y debe tener, por lo menos, diez años menos que ella.

— Perdona mi atrevimiento. No me había pasado nunca. Pero me atrajo tu mirada. Esperé hasta ver si te dabas la vuelta, y cuando estaba a punto de marcharme, lo hiciste. Me llamo Jorge, y me gustaría tomar un café, un zumo, o, por qué no, almorzar contigo. Salvo que tengas una pareja, que, por supuesto, desaconseje aceptar mi propuesta.

— Gracias, pero hoy no puedo aceptarla.

— Entonces, ¿me pasarías tu número de teléfono, o tu Insta?

Ya ha pasado una semana, y no me ha llamado. ¿Debería llamarle yo?