Hace tantos años que vive solo, que no recuerda cuándo fue la última vez que compartió su vida con alguien más de una noche. Sin embargo, eso no ha hecho que mejore su capacidad de gestión. Hoy, después de un duro día de trabajo, al llegar a casa, vio que la despensa y la nevera estaban de fiesta, porque no tenían ningún alimento que resguardar.
Maldiciendo su mala suerte, y ahora cabreado, además de cansado, cogió varias bolsas reutilizables y fue al supermercado. Podría haber pedido algo de comer, pero mañana también tiene que desayunar, y, el resto de la semana, seguirá llegando tarde porque debe terminar un encargo importante en la oficina y no se puede permitir cenar siempre a la carta. Bueno, ni siempre ni casi nunca, que el alquiler ha subido más que su sueldo.
Debe ser principio de mes, porque el supermercado está repleto de cuarentones, como lo fue él hasta hace un par de años. A toda prisa, pasa por los pasillos cogiendo lo mínimo para la semana sin fijarse en nada. En los precios, tampoco. Hasta que llega al pasillo de su debilidad, que estaba casi vacío, lanzándose hacia la estantería de las frutas tropicales. Mientras, le chocan el carro, y regresa de su propio mundo, al tiempo que las reponedoras, que estaban a unos metros, se reían al ver la escena.
Con las muñecas doloridas y convencido de que él iba conduciendo bien: ¡como si en el supermercado hubiera normas de tráfico! Observa con una mirada de incomprensión a quien había chocado con él. Mientras, ella le miró con sorpresa al reconocerle.
Es Isabel Jaímez de Sotomayor, de familia bien, venida a menos. Compartieron vida varios años, hace tanto, que ni se acuerda. Pero, al verla, el tiempo se paró, haciéndolo más largo que cuando salía los fines de semana sin dinero, y empezó a recordar todo lo que le enamoró de ella, todo lo bueno que vivieron juntos. En realidad, fueron años felices de unos treintañeros sin nada que perder y con muchos sueños que cumplir.
Con una sonrisa por esos recuerdos, la miró para decirle algo, pero ya se podía oler el odio de Isabel hacia él. Al fin y al cabo, era él quien la había dejado de la noche a la mañana cuando ella le propuso tener un hijo. Así que le pidió perdón por el golpe, y se marchó, mientras Isabel devolvía su piña a la estantería.