—¿Puedo hablarte?
—¿En qué lío me vas a meter?
—En ninguno, solo quiero que me ayudes.
—Claro, mi niño.
—¿Cuándo se acaba la infancia, Abuelo?
—¿Qué prisa tienes? Cuando algo se acaba, difícilmente vuelve a empezar, y con la infancia pasa eso.
—Es que Abuela me dice: «a ver cuándo se te quita la tontería infantil que tienes».
—Tú no le hagas caso a Abuela, que se le va la cabeza.
—¡Pero si es tu mujer!
—Por eso lo sé. No tengas prisa en crecer.
—No tengo prisa. Pero, ¿me lo puedes decir?
—No es una respuesta fácil. No es como saber cuándo es tu cumpleaños, tu santo, el día de Navidad o el de Año Nuevo. No nos llega a todos al mismo tiempo, ni el mismo día. Depende de cómo cada uno crezca. A los niños, en los países pobres, se les marcha antes, porque antes han de comportarse como adultos. A los niños maltratados, se les esfuma antes, porque los que deben protegerles no lo hacen. A los niños que cumplen las expectativas de sus padres les deja antes, porque tienen una presión muy alta para conseguirlo. A los demás, a los que tienen una vida más o menos normal, les va llegando poco a poco. Pero ten presente que no es que se vaya la infancia y al día siguiente ya seas mayor.
—Y a ti, Abuelo, ¿cuándo se te acabó la infancia?
—Pues no es algo que la gente recuerde, aunque no es mi caso, mi padre lo anotó, y me lo dijo con el tiempo. A mí se me acabó un Jueves de Alianza, un Jueves de Misterio, un Jueves Santo. Con quince años menos ochenta y un días.
—¿Y qué pasó?
—Perdí la ilusión, dejé de pensar como un niño, dejé de querer ser inmortal. Pensé, para qué quería hacerme viejo y estar solo.