Con mis nueve años no entendía porqué mi madre estrujaba aquellas mariposas blan- cas cuando se posaban en las coles y en los tomateros que habíamos plantado hacía algún tiempo y yo le gritaba que dejara de hacerlo que no debía matar a esos insectos tan bellos tan frágiles e inofensivos y que no hacían ningún daño aunque más tarde comprendí porqué lo hacía y pensé también cuántas mariposas matamos a lo largo de nuestra vida y cuántas se han matado a lo ancho de la historia.
Matar a un ser humano
que discrepa libremente
para sembrar el terror,
es matar una mariposa
que acaricia el aire con su color.
Coartar la libre expresión
enjaulando el pensamiento
para enrasar el cerebro,
es romper las alas a una mariposa
en su caprichoso vuelo hacia el cielo.
Negarle cobijo y techo a un extranjero
que reza o cree diferente
y que el color de su piel sea negro,
es matar una mariposa en busca de su néctar
que deja atrás a muchas flores
de un jardín con recuerdo.
Discutir y discutir
sin abrir caminos al pensamiento
ofuscado en llevar razón,
es matar una mariposa
que vuela libre hacia el sol.
Dejar que los sueños de los jóvenes
floten en el mar del consumo y del confort,
como frágiles veletas,
es matar una mariposa
que vuela a saltos inquieta.
Hacer creer a un niño
lo que tú como adulto crees,
pensando que tu idea es buena,
es matar una mariposa
de vuelos libres sin pena.
Cuando se mata a una mariposa
no te manchas de sangre las manos,
solo quedan los dedos,
empolvados de brillante color.
Así quiere ella dejar su vida
dejándote las manos suaves,
para que no le guardes rencor.
Isaac Miguel Oropez