Atlántico y Cantábrico querían también peregrinar un mes antes de la gran solemnidad, deseaban sentir lo que decían aquellos que recorrían el Camino. Trazarían una ruta bordeando toda la costa y para posteriormente avanzartierra adentro. Cada uno se había hecho con su bordón del que pendía una calabaza, en sus cabezas el sombrero con la vieira, el zurrón y una capa parda. Iniciarían su peregrinar en Estaca de Bares, allí donde sus aguas eran una desde la noche de los tiempos.
Se adentraron entusiasmados y sinuosos, mecieron las bateas en las Rías Altas y en las Baixas, aquellos viveros flotantes de maderas añejas, donde los bateeirosdepositaban las semillas que se unirían al albariño en un brindis por la vida en la noche del solsticio de verano.Atlántico y Cantábrico se convirtieron en los guantes eternos de las huellas dejadas por las manos cansadas del Creador en la Terra Galega.
Desde la orilla contemplaban el ir y venir de las traineras, las velas, las falúas, las balandras…, por las rías de A Coruña, Ares, Ferrol y Betanzos, supervisadas por agilesgaviotas que alternaban el vuelo con el planeo empicado en busca del sustento.
Después de abrazar con su fuerte oleaje los acantilados, Océano y Mar se encontraron, serenos retozando en la playa de Riazor, ajenos a los que apuraban la llegada del amanecer del día de San Juan. La brisa llegaba impregnada del olor de las hogueras que horas antes iluminaban la noche más larga del año, y que daban la bienvenida al verano, tan añorado en estas frías tierras. Al otro extremo se alzaba el promontorio donde Hércules enterró las cabezas de Gerión y cuyo faro expendía sus ráfagas de luz milenaria sobre el mar como referencia y aviso a los navegantes.
Aquel era año jubilar, y en su eterno abrazo invocaban el recuerdo de multitud de peregrinos que a lo largo de los siglos llegaban exhaustos a la tumba del Apóstol desdetodos los rincones del orbe buscando ser purificados.Cuántas plegarias refugiadas en cada rincón, cuántas lagrimas regaron las hierbas a orillas del camino, cuánto gozo indescriptible en aquellas miradas, cuánta risa, cuánto llanto. Por el camino dejaron piedras en recuerdo de sus pesares y formaron cruces por los que en sus profundidades descansan. Y dicen que la mar no siente… Su bramido es un grito al olvido del dolor y la pena y su calma la voz de la ternura que nos consuela.
En su eterno abrazo se encontraban todos aquellos que a lo largo de la historia emigraron allende los mares y que nunca volvieron. Aquí quedaron sus hórreos, sus barcas y sus cruceiros, cual memoria pétrea esperando el regreso dela Galicia campesina y marinera que nos dijo adiós entantos hijos.
Atlántico y Cantábrico escuchaban con morriña las historias misteriosas y las leyendas de naufragios en ACosta da Morte que Nordés le susurraba al oído, a sabiendas que él también era cómplice del lamento de los marineros y de sus destinos.
En el silencio de la noche de un veinticuatro de julio, desde el Monte del Gozo contemplaron el campo de estrellas que señalaba el lugar: Compostela.
Cuando llegaron a Santiago era la festividad del apóstol, el sonido de las campanas les dio la bienvenida, en sus almassintieron el peso de la historia, gracias a sus calles empedradas y al olor a piedra mojada. Portentoso se alzaba en la Plaza del Obradoiro el Pórtico de la Gloria del Maestro Mateo, tocaron el bordón antes de participar en la misa del peregrino, el botafumeiro perfumó de incienso y de carbón el templo y los que en él se encontrabancontemplaban absortos su balanceo por el transepto.Abrazaron al santo y se postraron ante su tumba.
Por el Camino de las Estrellas habían llegado a la tumba del santo, la luz del faro les indicaba el regreso a sus lugares de origen, Atlántico y Cantábrico les esperaban los cantos de sus sirenas, Mariña y Maruxaina.
Océano y Mar arribaron a Cabo Fisterra con la ayuda de Nordés, quemaron sus ropas antes de regresar a casa. El camino para las aguas de dos mares, hijas de un mismo océano, había llegado a su fin, sus compostelanas blandían al viento cual estandarte de una conquista, mientras, a lo lejos sonaban las gaitas y una mariscadora entonaba con voz cadenciosa:
“… cando vai pol’a ribeira
descalciña pol’a arena
parece una rianxeira”.
© Manuel García Morales