Con rumbos clandestinos por peregrinos y silenciosos, navegué por los océanos del mundo.

El amor triunfó de nuevo entre mis recuerdos sin fronteras, sin que la noche acabara, sin que la tarde muriera.

Y como despedida, un suave beso de sus labios, con ese particular sabor a dulce miel.

Cuando abandoné aquél puerto, se quedaron allí mis sueños dorados, mis sueños de fortuna…

Y solo llevé conmigo, la esperanza de pronto poder volver a verla.