Cuando me pierdo por tus ojos
veo a través de tu mirada
el mundo en su belleza primigenia
y todo lo comulgo en el mirar
de un niño alborozado por su reino.
Con el vaivén del ritmo
que oigo en tu corazón ya puedo
esperar a la muerte en mansedumbre,
con la bonanza derramada
después de la tormenta.
Tus caricias me traen en su vuelo
escalofríos de azahar,
aleteos de oscura adolescencia,
la ingravidez del pájaro que asciende
a la disolución del aire.
El olor de tu piel me ahonda
en la atávica lumbre de la mantis
presto al olvido de la ofrenda última,
ebrio de simetría como el pétalo
que cae hacia el abismo.
Derramando su alud incandescente,
electriza mi cuerpo por entero
el sabor entreabierto de tus labios
mientras en él descargan, húmedos,
su voltaje inmortal.
Felipe Fuentes García