A medida que se acerca el día del estreno, pienso en esa capacidad infinita que tiene el teatro de anular la muerte y el tiempo y de conseguir que hombres y mujeres de distintas épocas estemos juntos en un mismo espacio. Me conmueve pensar que el jueves, durante la representación, estaremos todos unidos por la palabra, esa palabra que cura el odio y acepta la diferencia. Recuerdo imaginar este prodigio, esa electricidad que prende en el escenario y que estremece al espectador, cuando comencé a soñar con esta pieza que nació para recuperar del olvido a quienes la memoria no consiguió transformar en historia. Porque gracias al teatro podemos hacer visibles a los invisibles. Porque el teatro demuestra una vez más que nadie puede desaparecer del todo.
Una vez me preguntaron, tras leer el primer borrador de la obra, qué necesidad tenía de escribir sobre este asunto. La respuesta sigue siendo la misma: volver a decir para volver a saber. Esta es una obra escrita para entender, no para juzgar ni señalar. Pienso que en estos tiempos de excesos ideológicos y de pensamiento maniqueo, necesitamos más que nunca sentarnos los unos frente a los otros para llegar a acuerdos mínimos sobre nuestro pasado. Pero no por un afán arqueológico de reconstrucción. O de lucha por la Historia. Sino para tener un relato común que nos permita permanecer juntos en el futuro.
Quienes asistan al estreno el jueves deben obligarse a dar dos pasos atrás, sacudirse sus prejuicios y entrar de nuevo al teatro. Porque esta obra hay que verla sin pretensión ideológica alguna. Y lo digo a pesar de que el teatro es, ante todo, y sobre todo, la más política de las artes.
Cada vez estoy más seguro de que, en estos tiempos, el teatro es una buen trinchera de la emoción, de la poesía, de aquello que nos hace humanos. Vivimos en un mundo lleno de ruido, de asperezas, de certezas estériles. Porque sólo la duda es fértil. El teatro es el lugar de lo que nos hace dudar, de lo que nos hace preguntarnos quiénes somos y cómo estar los unos con los otros. Escribí esta obra no para adoctrinar ni para demostrar a los demás cuánto sé de un episodio concreto de nuestra historia. Más alto que el cielo, nosotros me permitió lanzar preguntas cuyas respuestas son el propio texto. Escribo para saber, para entender mejor a los hombres y mujeres con los que convivo; para estar menos solo y para estar un poco más lejos de la muerte. Pero, sobre todo, escribo con la ambición de generar una experiencia poética que ensanche el alma del público y la mía. Reconozco que no sé hacerlo de otra manera.