Las ciudades europeas tienen un río, un tranvía pintado con color alegre y una iglesia grande que normalmente es la catedral. En esas poderosas urbes por diciembre se arman unos mercadillos de notable belleza, todas las casetas son iguales pero hay muy diversos contenidos y en todas te servirán vino caliente con especias para combatir el intenso frío. Hay muchos abetos bien iluminados en las calles, con sus Papá Noel y también hay referencias al nacimiento tradicional, con la mula y el buey. Esta es la época más linda del año, lástima que ya no se apliquen las treguas que antes paralizaban todos los conflictos. Al contrario, parece que se aceleran en estos días. Una lástima, porque, aunque sean edulcoradas con los buenos deseos de estas fechas, las guerras se vuelven crónicas, caen en la indiferencia, se acaba pronto la compasión.

Recuerdo aquellas Navidades de la infancia, tan grises en lo material, tan intensas en lo emocional. Los pueblos de las islas, con tan poca iluminación, su iglesia de blanco y su plaza para las verbenas de la Patrona, con sus rondallas y sus Ranchos para cantar de madrugada. Las Misas de Luz eran muy temprano y, con sus guitarras, los cantores recorrían las calles hasta que el aguacero los dispersaba. No había cabalgata de Reyes, y además, por muy bien que nos portáramos el resto del año, los Reyes nunca traían lo que uno había pedido.

Desde sus orígenes hasta hoy Navidad es una fiesta con muchos cambios. En Roma el solsticio de invierno venía con las fiestas saturnalias que celebraban desde antiguo. El 25 de diciembre, día del Sol Invicto, venía a significar el deseo de que el invierno fuera lo más benigno posible. Por la descripción de los Evangelios, el niño Jesús debió nacer en marzo o abril, pero la Iglesia, tan inteligente, aprovechó una festividad pagana aceptada por todos.

Las saturnales celebraban el deseo de superar el invierno. La fiesta comenzaba ocho días antes, el 17 de diciembre, cuando se les daba vuelta a las normas cotidianas. Las casas se decoraban con vegetación, se encendían velas y se entregaban regalos. Como los días se acortaban y de alguna manera la tierra moría de forma simbólica, era necesario que Saturno estuviera contento para que permitiese el renacer de la primavera.

Y, como parte de esa tradición de congraciarse con el más allá y con los demás, se introdujeron los regalos. Desde entonces la maquinaria del consumo ha batido sus propios marcas, con las rebajas, las ofertas. Si compras, te sientes poderoso. Será difícil obtener plaza para cenar en cualquier restaurante, todo el mundo está en la calle.

 Claro que además de la euforia de los encuentros familiares, también esta puede ser época conflictiva, algunas separaciones y divorcios saltan en enero, en medio de la tan temida resaca. Los psicólogos señalan que esta época suele ser crítica para quienes sufren ansiedad, y afecta más a las mujeres porque son ellas las que organizan las cenas, comidas, encuentros familiares, compras, etc. Estos días todo tiene que ser especial, perfecto, lo cual genera tensión añadida. Además es la época de hacer balance, uno se siente un año más viejo y a veces el alcohol y la desinhibición hacen que estallen conflictos.

Todo se acelera, pues si hace unos años las iluminaciones y los nacimientos se inauguraban avanzado diciembre, ahora todo comienza antes. Los centros comerciales encienden sus arbolitos, y empieza la época frenética de las compras. Como hemos copiado el Halloween y el Black Friday solo nos queda imitar el Día de Acción de Gracias, aunque comer pavo nos haga ingerir una carne bastante sosa. Pero la publicidad hace milagros, y el cine nos vende lo que debemos hacer.

Tendríamos que dejar atrás los miedos y las crispaciones, porque es bueno pensar que podemos ser mejores en el 2024. Así que ¡Feliz Navidad!