Cómo todos saben en 2020 el virus del COVID nos cambió la vida a todos. Pasamos de ser “intocables” a ser personas vulnerables, pasamos de tener toda la libertad que podíamos imaginar a vernos confinados, encerrados en nuestras casas y con la incertidumbre de qué pasaría…

No estábamos preparados para ello y el caos se apoderó de nuestras vidas: trabajo, familia y sobre todo la salud era lo que en aquellos momentos más nos preocupaba… ¿íbamos a salir de aquello cuándo veíamos en la tele la cantidad de personas que estaban falleciendo a diario? Fue lo más parecido a una película de miedo, pero esta vez nosotros no éramos los espectadores, esta vez estábamos del otro lado de la pantalla.

Los padres nos convertimos de repente en profesores, el final del curso 2019/2020  convirtió nuestras casas en colegios improvisados. De repente retomamos las matemáticas, el inglés, las ciencias y hasta algunos pinitos hicimos con la flauta. La formación de nuestros hijos no podía parar y cómo fuese tuvimos que asumir esa impagable labor que a diario hacen los profesores de nuestros hijos –algunos o creo que muchos nos dimos cuenta la importancia y el valor que tienen los docentes-.

El siguiente curso se presentaba con muchas dudas, muchos cambios y sobre todo mucha incertidumbre por cómo iba a desarrollarse: clases con veinte y pico niños donde guardar la distancia de seguridad era imposible, grupos burbujas, lavados de manos, mascarillas, confinamientos forzosos en caso de positivos en algún aula y el consiguiente confinamiento de todos los familiares que tuviesen contacto con esos niños.

Era un panorama poco esperanzador para unos padres, ambos autónomos, que como cualquier otro ciudadano necesitaban trabajar para mantener su familia y pagar las facturas.

En ese momento pensamos en las escuelas rurales, pequeños centros con pocos alumnos y donde la probabilidad de  los efectos del covid eran menores.

¡¡¡SI!!! Fue inicialmente una decisión egoísta, tuvimos que anteponer preservar nuestros trabajos y nuestra estabilidad financiera a la educación de nuestros hijos. Si no hubiésemos tomado aquella decisión, y por como se desarrolló aquel primer curso en Pandemia, hoy no se dónde estaríamos pues mucha gente de nuestros sectores se vieron muy jodidos o incluso tuvieron que echar el cierre.

Hicimos una llamada a Leticia Peña, directora del CEIP Hoya de Pineda, para explorar la posibilidad de un traslado de expediente de nuestros dos hijos. Desde el minuto uno tuvimos su máxima colaboración y en 48 horas Alexia y Leo estaban matriculados en Hoya de Pineda, serían los alumnos número 7 y 8.

Ya estaba hecho… y en ese momento nos asaltaron las dudas que no nos habíamos planteado antes de tomar aquella trascendental decisión: ¿un cole con 8 niños?, ¿todos en la misma clase?, ¿cómo lo hacen?, ¿tendrán mis hijos la atención necesaria?, ¿asimilarán todos los conocimientos necesarios para su posterior etapa en el “cole de los niños grandes” (Instituto)?…

El sábado antes de comenzar su nueva aventura los llevamos a que conocieran por fuera el que iba a ser su nuevo cole…

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El primer día que los llevamos fue un drama, ninguno dijo nada por el camino y allí se quedaron… reconozco que me volví a casa con una sensación de culpa terrible pues había antepuesto otras necesidades al futuro de mis hijos.

Pero aquella sensación y todo lo que sentimos se esfumó ese mismo día cuando al terminar su primer día y ya en el coche pregunté con pánico: ¿qué tal el primer día en el cole nuevo?… “por qué no nos habías traído aquí antes” contestó mi hija… En aquel exacto momento supimos que la decisión, aunque condicionada por las circunstancias, había sido la correcta.

Alexia durante tres cursos y Leo cuatro han estudiado en una escuela rural… ellos no se arrepienten y nosotros muchísimo menos. Si tuviésemos que dar para atrás al reloj tomaríamos la misma decisión. Ha sido uno de los grandes aciertos que tomamos como padres.

Y ahora para ir acabando les cuento qué es una escuela rural:

            .- Un lugar donde los niños cuando entran se quitan sus zapatos y se ponen unas babuchas…

            .- Un cole con solo dos clases, pero  con el equipamiento,  profesores y especialistas que tiene  cualquier colegio referencia…

            .- Un espacio en el que no hay nada de nadie, todo es de todos…

            .- Un lugar donde los “grandes” enseñan mates a los pequeños…

            .- Un sitio donde todos los padres y los abuelos nos conocemos y que cuando  hay reunión de padres alguien siempre lleva un queque…

            .- Un cole donde no tienes que pedir cita para hablar con los profes… siempre están a tu disposición…

En definitiva, una escuela rural es una pequeña familia, es tu otra casa y durante cuatro maravillosos años  el CEIP Hoya de Pineda ha sido nuestra familia y nuestra otra casa.

Termino partiendo una lanza a favor de  las escuelas rurales, para que desde las administraciones se haga lo imposible para que no desaparezcan, animo a las familias a que no tengan miedo y que apuesten por estos centros.

Y ahora si ya termino con los agradecimientos: a todas las familias de los demás compañeros de mis hijos, que nos acogieron desde el primer momento,  al barrio de Hoya de Pineda, a todos los profesores que han hecho que mis hijos sean buenos estudiantes y mejores personas, y especialmente a Leticia por abrirnos las puertas del colegio y por haber podido vivir esta inolvidable experiencia académica y humana.

¡¡¡ GRACIAS, GRACIAS Y GRACIAS!!!