Para mantener la tradición, ya tenemos las calles iluminadas con las lucecitas de Navidad. Es una práctica que a la gente le gusta, y seguro que a los comerciantes les encanta más todavía. ¿Cómo no les iba a encantar si ahora con las ventas del Viernes Negro se recuperan algunos balances de fin de año? Y luego vendrán las compras navideñas, a veces desaforadas, y más tarde las rebajas. Etcétera.

Pero la vida está embrollada por todas partes: no solo por el exterminio indiscriminado de Israel sobre el pueblo palestino, no solo por la guerra de Ucrania y el próximo advenimiento de Donald Trump al poder el 20 de enero. En nuestro país salen todos los días en la prensa las corrupciones y corruptelas de este y de aquella, que si las tretas del fiscal general, que si Begoña Gómez con su cátedra, que si las tramas de las mascarillas, que si las tramas de los parientes. De ahí surgen las sempiternas amenazas a nuevas mociones de censura, como si cada día tuviéramos que vivir sobre el filo de la navaja.

Las Navidades próximas no estar a ser precisamente llenas de felicidad, turrón y mazapán. La escandalera política no terminará con los buenos deseos de paz y fraternidad sino que se alargará en los meses próximos: los unos pidiendo mociones de censura y los otros tratando de defenderse de la riada que les viene encima. No hay acuerdo para distribuir los menores no acompañados, aunque la Dana de Valencia dejó un reguero de muertos, en la clase política no hay consenso para casi nada.

Hay demasiado ruido en las calles y en las conciencias. Según van las cosas, nadie es inocente, nadie lo va a ser: que si el caso Koldo, que si Lobato, que si el presidente de la Generalitat valenciana y sus ausencias, que si el hermano de la señora Ayuso, aquí entran hermanos, novias, esposas: el sistema siempre atento a sembrar prosperidad. Y el que no tenga un punto de corrupciones en su casa, que se atreva a lanzar la primera piedra.

Maquiavelo es considerado el fundador de la ciencia política moderna. Hasta la publicación de El Príncipe, los libros con consejos para gobernantes argumentaban que éste debía cultivar los preceptos morales tradicionales, como la honestidad, la honradez, la justicia o la benevolencia; además tenía que ser un “buen cristiano”. Sin embargo, Maquiavelo rompe con esto y plantea por primera vez de forma clara la separación de la política y la moral. Es decir que rompe sin temor las cadenas éticas que aún ataban al gobernante a los principios morales.

El gobernante ha de tener como único objetivo la conquista, conservación y extensión del poder político, y cualquier medio para lograr este fin está justificado. Uno de los métodos en los que más insiste Maquiavelo es en el uso sistemático de la mentira y el engaño: “Hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Aquél que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. Además, quien aspire a ser un gobernante de éxito no ha de dudar en realizar promesas para luego incumplirlas: “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses”.

Hay que imitar las directrices del florentino. Los que siguen al pie de la letra sus enseñanzas prosperan; quienes no, cosechan más fracasos o son directamente eliminados. Los políticos que llegan a la cumbre suelen ser maestros del arte del engaño, la mentira y las apariencias. Tienden a ser personas deshonestas con gran capacidad para no ser percibidas como tales. Buena parte de su trabajo consiste en competir por realizar promesas que no pretenden cumplir. No hay más que leerse el programa electoral de cualquiera de los partidos que pugnan por el poder. Aquello de entender la política como una práctica de servicio público y un ejercicio de la ética pasó a mejor vida desde hace mucho.