El sol traspasaba las cortinas y como una flecha llegaba directo a sus ojos. Ella dio media vuelta y decidió seguir durmiendo —aunque no era su cama, en aquel hotel se dormía de maravilla—. Él estaba impaciente por aprovechar el día, así que apenas pisó el cuarto de baño e hizo todo su ritual matutino, comenzó a despertarla con cosquillas y besos.
Este era un día especial, el sol estaría más tiempo brillando en el cielo ya que era el solsticio de verano — o como dirían los romanos, el día del “sol quieto”—
Ya durante el desayuno, mientras él iba a por unos zumos de frutas, ella se encontraba en la máquina del café con un joven moreno y fuerte, de piel canela y sonrisa profident. Sus miradas coquetearon durante algunos instantes, no dejando lugar a dudas: se conocían.
Durante el resto del día estuvieron en la playa. No habían intercambiado muchas palabras: él ensimismado en sus sueños de grandeza; ella “viviendo sueños placenteros” mientras leía un libro recomendado por una amiga: “Haz que tu sueño suceda”.
Al llegar la tarde se iban acercando más gente a la playa y unos operarios hacían una montaña enorme de tablones para prender fuego al anochecer, pues era la Noche de San Juan.
Les pareció buena idea quedarse a celebrar la noche mágica de las hogueras con los lugareños. Había tanta gente que pronto estaban completamente rodeados.
Una señora que estaba al lado les explicó algunos rituales: debían escribir en un papel sus deseos y luego echarlos a la hoguera, para que se cumpliesen. Ellos, entusiasmados, cogieron papel y lápiz y se pusieron manos a la obra. Durante la celebración bailaron alrededor del fuego y tiraron los papeles bien doblados a la hoguera, donde arderían sus deseos más íntimos.
Ya llegada la hora bruja, les pareció buena idea meterse en el agua para que siete olas cubrieran sus cabezas, pues oyeron decir que este acto les traería suerte.
El sentía bastante frío, por eso ella se animó a entrar antes. Apenas la había cubierto la tercera ola notó como unas manos agarraban, con pasión, su cintura. Se giró; los labios de aquel hombre de piel canela quedaron adheridos a los suyos. Huyeron, entre la multitud, y se escondieron tras una duna para dar rienda suelta a su pasión.
Mientras, el marido se decide. La busca; no la ve —ella no sabe nadar—. Su corazón palpita a mil por hora mientras se adentra cada vez más envuelto en la oscuridad de la noche. No regresa y nadie se percata de ello.
Al amanecer Lucía recorre la playa, asustada buscando a su marido. Quedan algunas parejas abrazadas, aprovechando la luz del amanecer. Sus ojos se quedan clavados en dos papeles a medio-quemar que están sobre la arena. La brisa debió salvarles de la quema la noche anterior. Con curiosidad se apresura a abrirlos y sorprendida lee:
—“Contigo, hasta que la muerte nos separe”.
—“Quiero vivir la noche más apasionada de mi vida”.
Fuente: http://palabrayverso.com/
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