Obras a contrareloj  por Abraham Ramos

                 Cada cuatro años, al aproximarse la cita electoral, los pueblos se van llenando de obras. Tiempo de prisas para poder llegar a una inauguración o a una foto más. No se disimula.

            Las obras son molestas pero necesarias, con una buena planificación podría evitarse algunos de los problemas que se derivan de las mismas y que siempre sufre la población. Pero, ¿qué más da? En estos meses preelectorales, lo importante es aparentar que se hace mucho, aunque no sea bueno ni sea lo mejor. Parece que lo único importante es llenar un mapa de intervenciones y ponerle un nombre rimbombante que empiece por “plan” porque, aunque tenga poco o nada de planificación, quiere dar la sensación de que se sabe a dónde va.

                Se está gobernando para el titular, para atribuirse muchas obras, aunque los que ahora mandan  estuvieran en el pasado en contra de todo o casi todo, por muy demandado que estuviera por la ciudadanía.  Soy joven, pero no tanto como para no vivir aquella lucha sin cuartel, más propia de Tita Servera y su famoso “no a la tala”, cuando se actúo en el puente de los tres ojos por los graves problemas circulatorios que en ese punto se generaban. Dicen que el tiempo da y quita razones, habrá que esperar aún más para que las reivindicaciones desmesuradas de entonces adquieran sentido.

                   Pero, ¿qué hay de los problemas que importan a la ciudadanía? No vayamos al conjunto de reivindicaciones sociales en todas las áreas, sigamos hablando de obras, de infraestructuras, de mantenimiento… hablemos de cemento, que en en España sabemos mucho de eso y de las negativas consecuencias económicas que este tipo de “crecimiento” nos trajo.

            En la campaña “Para mi pueblo quiero” hemos podido recopilar demandas numerosas en esta área, y lo cierto es que hablamos de necesidades mucho más cotidianas y de fácil solución, pequeñas actuaciones que de llevarse a cabo facilitarían en gran medida la vida de las personas. Hablamos de una acera en mal estado en un determinado punto, una barrera arquitectónica que dificulta la movilidad para personas con diversidad funcional, unas casas con difícil acceso en el que viven personas mayores, unos baches incómodos para el paso de vehículos, pequeñas cosas con fácil solución que se perpetúan con los años por toda Gáldar.

                Más allá de quedarme en la crítica fácil, intento buscar una respuesta ante la falta de comunicación entre lo que necesita el ciudadano y lo que finalmente se hace. Hablo de priorizar, de planificar de forma global a corto, medio y largo plazo para que el crecimiento de Gáldar sea sostenible. Una planificación que indique la dirección que queremos tomar, el modelo de municipio al que nos dirigimos, con acciones organizadas en fases, huyendo de las prisas,  huyendo de los errores. Y así pasan los años, contando de cuatro en cuatro mientras dejamos escapar las oportunidades de transformar nuestro modelo económico y social.

            ¿Hacia dónde vamos como municipio? ¿Hacia dónde queremos ir? No son preguntas que nos debamos hacer para justificar el cambio de gobierno al frente de nuestro ayuntamiento o para justificar su permanencia en él del grupo actual. Es tiempo de llegar a acuerdos, de atrevernos a hacer los cambios necesarios que llevarán a Gáldar al siguiente nivel, en el que la ciudadanía tenga oportunidades de crecimiento, de realización profesional y de explorar nuestras posibilidades  que son muchas. Hemos pasado años difíciles, ahora es momento de decidir si seguir en la inercia, dormidos en los laureles y tirar de derroche hasta que estalle la próxima crisis o de hacer los cambios necesarios para crear un nuevo escenario. Yo tengo claro lo que quiero y estoy convencido que la mayoría está conmigo, por nosotros y por los que vienen detrás.

            «No hay viento favorable para el que no sabe donde va» Séneca.