Susurraste un «te amo» mirándome a los ojos, y escuché un aleteo rozándome los labios. Todo tu cuerpo entonces estaba entre mis brazos sumergido en el mío con el fulgor de un faro. Eras para mi sueño conmigo el mismo árbol donde en las ramas cantan siempre los mismos pájaros. Afloraste un gemido con los ojos cerrados, ya cuando toda tú era un fanal temblando. En la voz de mi pecho —sed de un alud varado— fuiste cauce de un río, y aire y luz en mi canto. No pude contener mi silbo desatado ni tu viento de aves ni el vaivén de mis barcos. En la galerna alada, sin saber cómo o cuando, el tiempo se detuvo en su pretil arcano. Supe entonces que siempre, mi alma entera en tu mano, latiendo en llama viva te seguiría amando. ¡Que en tu seno de frutos —abril de savia sin llanto— sólo mi amor podría sin fin volar abrasado! |