PARA CHANO MONZÓN POR JOSÉ LUIS YÁÑEZ RODRÍGUEZ

Lo conocí a fines de los ochenta cuando, interesado por temas genealógicos, las referencias de gente enterada en ello me llevaban siempre a él. Serio en la más profunda acepción de la palabra me gustó desde el primer momento que contacté con él. Era gente de campo como yo. Podía hablar con alcaldes o eruditos historiadores pero su última palabra era siempre para ponderar los valores verdaderos del ser humano: la fidelidad a las creencias, a la familia, a la calidad de buena persona, a la palabra dada y a no dar nunca ni el menor resquicio de entrada en tu vida a los ignorantes soberbios. El pan era pan y el vino, vino; sin más.

Tuve poco tiempo después la inmensa suerte de que la mujer con la que años más tarde uniría mi camino de vida fuera destinada como orientadora al Colegio José Sánchez y Sánchez en la Villa de Agaete donde conoció a Chano Monzón y ya, para siempre, mi pareja y luego toda mi familia quedó unida a la cordial, íntima y serena amistad que Chano brindaba a los que él creía que la merecían.

No recuerdo haber conocido a nadie que me haya hablado tanto, tan bien y de una forma tan afectuosamente entrañable de mi mujer. Quería a Luz Marina y Luz Marina lo quería a él. Y en ese afecto siempre existió -no podía ser menos- ese caballeresco respeto que Chano ponía en todas sus relaciones. Lo bueno lo estimaba y lo encarecía sin afecciones hipócritas; lo malo, le asqueaba.

Cuando llegué a la Concejalía de Cultura a inicios de la década de 1990 acudí a él, para que me orientara, para que me quitara miedos, para que me pusiera en los caminos que él ya dominaba.

“Pero, muchacho, si tú sabes de todo esto tanto o más que yo” fue su honesta, equívoca y sencilla respuesta. De mi petición de ayuda surgieron muchas y buenas cosas entre las que siempre tendré en el corazón, aquella velada poética con la que inicié los eventos culturales en las primeras Fiestas del Pino que organicé. “Sólo tengo claro, Chano, que quiero organizar algo para conocer a Pino Ojeda” le dije. Él me ayudó a hacer el resto. Y aquella extraordinaria noche en la que el viejo recinto del Palacio Episcopal de Teror escuchó las sonoras y poéticas palabras de mi paisana Pino Ojeda, junto a las de José Mª Millares, Pino Betancor y Domingo Velázquez fue en gran parte obra suya. Y luego vinieron sucesivamente los estrenos de las obras de Tito Santana en Teror, en las que Angélica García, su mujer -tan aparentemente diferente y a la vez tan igual en el alma a Chano- como integrante del Teatro de Cámara de Agaete representaran “El último otoño”, aquella magnífica obra que Celso Martín de Guzmán definiera como «una pieza dramática, repleta de contenidos y sugerencias, que explora zonas delicadas y profundas del alma humana» y después “La Chubicena”, que aún hoy en día recuerdo como uno de los momentos más densamente cargados de cultura popular de todos lo que he vivido en mi actividad política.

Era hombre querencioso de los momentos íntimos, los de confidencias y palabra de bien pero no los regalaba a todo el mundo. Cuando estaba ya en edad de jubilación me decía que él no podía hacerlo hasta que todos sus hijos estuvieran encaminados, que no dependieran de él ni de su trabajo. “Ya lo entenderás cuando tengas hijos” y ahora lo entiendo, es verdad. Ese profundo concepto de la familia como el recinto en el que se crían y crecen los valores del sur humano estaba en él enraizado hasta los adentros de su corazón.

Cuando ya pudo jubilarse lo hizo en su casa de Agaete, trasera a la Concepción, con aquel patio que tanto se prestaba a las cosas que a él le gustaban: el disfrute de la familia, las conversadas sin alharacas, el soñar con mejores mundos y el olvido de las malas gentes. Los patios de Agaete son trozos de paraíso que Dios ha tenido a bien regalarse sólo a los que allí disfrutan de la vida, y esos remansos de paz hay que respirarlos aunque sólo sea un momento de la vida para saber lo que es el frescor del edén, aunque puerto y valle estén ardiendo bajo los fuegos estivales.

Desde ese patio, telefónicamente, me comunicó la alegría del nacimiento de un nieto al que, según él con esa socarronería tan respetuosa como culta de la que hacía gala permanentemente me dijo: “José Luis, no recuerdo muy bien el nombre que le van a poner pero es extraño”. Aquel nieto de nombre raro es hoy en día uno de los timplistas más impactantes de la actualidad musical y cultural de nuestra tierra y Yone Rodríguez Monzón sigue con esa honestidad que caracteriza a los nacidos en buenas familias prolongando en el presente y hacia un prometedor futuro, el legado de cultura y bonhomía que recibiera en el cobijo de la familia en que ha crecido.

Todo esto aumentó cuando, por mi relación con Infonorte, aumentó también mi relación con su hija Josefa. Se alegró él y me alegré yo, porque uno en Teror y el otro en Agaete, seguíamos manteniendo los lazos de amistad que nos ataran veinte años antes.

De la misma forma, serena y respetuosamente, me echaba en cara el tributo a mediocres que según él yo hacía a ineptos y brutos por culpa de mi actividad política: “No valen ni la mitad que tú y te comportas como si valieran el doble”

No entendía esa hipocresía que definimos como lo “políticamente correcto”, lo que lo hacía aún mejor persona.

No he querido escribir sobre la extensa e inestimable actividad como archivero de su Gáldar natal ni como investigador de temas históricos o patrimoniales de toda la zona norte de Gran Canaria, Otros lo harán mejor que yo. Sólo nombraré la ayuda que hace un tiempo me prestó para elaborar mi pequeño estudio sobre la presencia de la advocación de Las Nieves en Gran Canaria, haciéndome llegar el pregón que pronunciara a la de Agaete y otras indicaciones que tantísimo me ayudaron. Después (lógico en él) me llamó para darme la enhorabuena cuando salió el artículo centrando brillantemente las páginas centrales de un dominical de “La Provincia”.

Pero esa actividad sirvió para que yo, desde la Junta de Cronistas participara conjuntamente con mis compañeros en el último reconocimiento público que se le quería hacer nombrándole Memorialista de Gran Canaria el 24 de noviembre del pasado año. Como siempre me ocurría con Chano, el homenaje terminó por hacérmelo a mí. Sabedor que la noche en que la Junta le hacia entrega de dicho nombramiento no podíamos asistir ni mi mujer ni yo, él aprovechó para alabarme a mí. Un amigó me envió un mensaje que decía: “Te acaban de nombrar y para bien en el Teatro de Gáldar”. Supe enseguida que había puesto mi nombre donde él creía que debía estar y se lo agradecí. A una persona como él no le podías echar en cara que fuese un caballero, en un momento en que ya no abundan ni se manifiesta casi nadie como tal. Chano Monzón, amigo del alma, en su agradecimiento público me nombró como lo que éramos, amigos y admiradores de nuestras respectivas labores. Él era así. Ni a las puertas de la gloria se olvidaba de los amigos.

El que el alcalde de Gáldar, Teodoro Sosa Monzón, haya decretado tres días de luto oficial y que las banderas ondeen a media asta en señal de luto no hace otra cosa que hablar bien, muy bien, de los habitantes de Gáldar y de sus representantes políticos aunque Chano Monzón fuese persona acostumbrada a ver la vida a través de cristales sin protagonismos. Pero Gáldar, ciudad de recia gente, no podía despedirse de otra manera de uno de los hijos más valedores de lo que Gáldar vale.

“Chano, amigo del alma, no me olvides aunque estés ya con tus seres queridos fallecidos y con las personas que tanto admirabas y que sólo conocías a través de los legajos y de las obras con que engrandecieron la ciudad de tus querencias. Espérame en el cielo, Chano, para hablar de lo que verdaderamente es valioso en la vida y de lo importante que se esconde en las líneas de tinta borrosa de los viejos papeles”