La psiquiatría y la psicología si lo pensamos bien, nace como un instrumento de poder, supuestamente científico, que intenta delimitar ese lugar que existe entre lo normal y lo amormal. Y los profesionales de la psiquiatría no son más que esos que deciden saber dónde está ese sitio.
Después de acudir a la ponencia del especialista en Psiquiatría José García-Valdecasas del Hospital Universitario de Canarias, en el marco de la celebración del IV Congreso de la ACRP, me hizo pensar un poco sobre las mismas.
No hace más de cuatro décadas, la de limitación de lo normal y lo anormal suponía la institucionalización de los llamados enfermos mentales. Era esa terrible época de los manicomios, ahora, unos años después, esto está superado, en buena parte del mundo. Pero esa separación entre lo normal y lo anormal sigue existiendo.
Es mucho más sutil, es, si me lo permiten, conceptual, es una separación lingüistica, si cabe. Esa separación se hace mediante el diagnóstico. Es decir: las personas que no son normales tienen un diagnóstico psiquiátrico, y los psiquiatras y psicólogos son los responsables del mismo. Con el diagnóstico se consigue algo muy similar a lo que se conseguía con la institución años atrás, que es por un lado que el loco se identifique a sí mismo como enfermo, y por otro lado que la sociedad tenga un argumento, una excusa para poder separarle de ella.
Como estudiante en tercero de psicología y con los ideales e ideas que movieron a nuestros maestros, cuando en la reforma psiquiátrica cerraron los manicomios, y llevarlo al momento actual, de la llamada ciencia.
Pero no nos podemos quedar ahí, no nos podemos quedar solo con una teoría, eso sería meras palabras, lo interesante es llevar eso a la asistencia, llevarlo a la práctica clínica.
Alguno de lo que me estén leyendo, pueden estar sorprendidos porque utilizo la palabra locura, o loco, quizá es una palabra que pueda sonar mal en algunos círculos, pero algunos preferimos utizarla en contraposición a eso de la enfermedad mental, que parece más políticamente correcto.
Cuando hablamos de enfermedad mental estamos hablando de enfermedad, estamos posicionando a la persona en un lugar pasivo sobre lo que le pasa, con el que parece no tiene nada que hacer. Sin embargo cuando hablamos de locura, llamamos a esa parte de diferencia, a esa parte imperfecta, posiblemente esa parte de genialidad, en la que la persona puede crear un modo distinto de estar en el mundo, o no crearlo. Y es que la locura se puede definir de muchas formas, una de ellas, es decir que la locura es un modo de estar en el mundo, es un modo que puede ser imperfecto, que puede ser muy angustiante, que puede implicar muchísimo sufrimiento, lo digo pues tanto en las prácticas profesionales como en mi trabajo lo veo casi a diario.
Sin embargo a veces es el único modo que tiene esa persona para estar consigo misma y para estar con los demás. A diario veo cosas como que la soledad, el factor de la soledad, es un factor muchísimo más imporatnte en la generación de crisis, en la provocación de clínica psiquiátrica, que esos supuestos desequilibrios bioquímicos o de neurotransmisores, o alteraciones genéticas que nos pretenden hacer creer que hay detrás de todo, y que la soledad es mucho más importante que eso. Y eso lo dicen los propios pacientes, en afirmaciones como que, a veces es mucho mejor sentirse perseguido, sentirse vigilado, estar paranoico, se podría decir que estar solo. O esas sentencias que se te quedan grabadas en la cabeza, como que a veces es mejor creerse dios que saberse nadie.
Pues si esto es así, nosotros los futuros profesionales de la psicología, en lugar de facilitar esa parte de la sociedad que realiza el diágnóstico, lo que debemos hacer para ser de alguna utilidad al paciente, es encontrar ese punto en el que esa persona pueda generar un nuevo modo de estar en el mundo que no implique estar enloquecido, pero que sea suyo.
Como estudiante de la psicología tengo la suerte de seguir esta línea de pensamiento, esta es la idea que saqué de la conferencia del psiquiatra José García-Valdecasas, y por eso os la quiero trasladar hoy.
Las personas con problemas de psiquiatría, con trastorno mental grave, personas con trastornos psicóticos, personas con trastorno de personalidad grave, nosotros como futuros profesionales desdibujaremos ese diagnóstico y viendo detrás a esa persona única, que puede llegar a construir algo nuevo.
Mi profesor de Filosofía, Pepe Alonso, siempre me decía, la medicina se ocupa del cuerpo, mientras que la psicología y la psiquiatría se ocupa de algo muchísimo más amplio. A lo mejor les resulta demasiado filosófico, pero este campo es el campo del ALMA.
Y me lo decía, para cuando me acerque a algún paciente no utilice preguntas como: ¿cuáles son sus sítomas?,¿ desde cuándo los tiene?,¿ qué intensidad tienen?, y, ¿a qué creén que se beben?.
Las preguntas que deberíamos preguntarles a esas personas serían: ¿qué nesecita?, y en todo caso, ¿de qué sufre?, porque ahí estaremos yendo a la parte individual de la persona.
También los fármacos son un medio, no son un fin, no son la solución para nada, y por tanto, deben ser siempre consensuados con el paciente, ahora que estamos en la época en que algunos defienden los tratamientos involuntarios, ambulatorios.
En definitiva lo que se intenta es que los profesionales se adapten a las necesidades de la persona, y no que ella tenga que adaptarse a lo que los profesionales creen saber que es lo que necesitan, es un matiz muy sutil, pero que diferencia por completo la relación terapéutica.
Por experiencia les digo que cuando una persona está mal, salir a dar un paseo, ir a una cafetería a tomar un café, es más gratificante que volver a consulta dentro de un mes, o facilitarle un espacio, como puede ser un programa de radio, para que participle, por ejemplo. Esto es mejor que subirle el tratamiento. Lo que se intenta es sustituir el tratamiento por el TRATO. Y que ese trato lo debemos hacer en la comunidad, y en la sociedad, que es donde está el problema.