Cuatro elecciones generales en cuatro años, y la autocrítica de los representantes políticos brilla por su ausencia; la insistencia por culpar al otro de falta de voluntad, de bloquear, de anteponer los sillones, de desconfianza, etc. Solo ha puesto de manifiesto la incapacidad de pactar acuerdos de gobernabilidad, y la soberbia del poder ha puesto en evidencia que prevalece el egocentrismo y el hipeliderazgo a los intereses generales y al bien común, esencias de la política.
No es necesario tener memoria de pez, para recordar que fue una moción de censura la que unió a aquellos que ahora han sido incapaces de hacer posible la gobernabilidad. El “enemigo en común “ que los unió e hizo posible esa moción era el PP de Mariano Rajoy.
Unos meses después el foco parece haberse desplazado y, el “nuevo enemigo común” se llama Pedro Sánchez. Ese desplazamiento del foco es entendible en el contexto de los partidos de la derecha, pero difícilmente explicable que, en
vísperas de unas nuevas elecciones, resuene el eco machacón de que la izquierda ni cuando gana es capaz de gobernar.
En la inminente cita electoral algunos partidos han depositado su confianza en los vientos de cola para lograr mejores resultados, entre ellos la situación en Cataluña, la recesión económica, el Brexit, el paro, las pensiones, el cambio climático o las políticas de igualdad. Todo estos elementos en un argumentario político cada vez más pueril, destinado más a las vísceras que a las neuronas; donde, en ocasiones, el insulto busca tapar las propuestas de determinadas propuestas.
Mención a parte merece el fenómeno de la abstención; consecuencia del hartazgo del comportamiento de los partidos políticos y que, sin duda, será decisiva en el resultado electoral del próximo domingo, así lo pronostica el descenso del voto por correo.
Ni la culpabilidad del adversario ni los vientos de cola, serán la respuesta a la necesaria estabilidad política y social.
Para decidir adecuadamente necesitamos una ciudadanía comprometida, reflexiva y con espíritu crítico.
Una sociedad democrática y madura, difícilmente puede asimilar una parcelación, reducción o negación de sus derechos. Para avanzar en libertad, en igualdad y en justicia, los derechos políticos tienen que ir junto a los derechos económicos y a los derechos sociales. Sin embargo, en política, como en la vida, es fundamental el reconocimiento del error, la coherencia y la ejemplaridad.
La gran dificultad radica tal como sentencia el dicho: “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.