No hay nada como viajar al paraíso, al paraíso de los recuerdos, a ese lugar donde antaño fui feliz, donde se encendió mi luz por primera vez.
Hoy vuelvo a la misma casa. Allí está mi familia, mis tíos y tías, mis primos, los hijos de mis primos. No sé si en total somos 45 personas disfrutando de la naturaleza en un pueblo a las afuera de Varadero.
Allí nos homenajearon con sus mejores víveres: asaron un lechón en nuestro honor.
El puerco estaba deliciosamente asado, desprendía un aroma penetrante, que aún permanece anclado en mis fosas nasales, provocando maripositas en mi estómago. También pudimos volver a comer un arroz congris, yuca con un exquisito mojo, plátanos maduros bien fritos y escachaditos —pura ambrosía, un manjar de dioses como no recordaba haber probado antes—
¡¡Uhmm!! Y el sabor de los tostones. Tengo el recuerdo de ese sabor de infancia y el volver a revivirlo me llevó de nuevo 5 lustros atrás: un hogar impregnado de amor, de ilusión; una madre bellísima, con una melena negra de cabellos ensortijados que cubrían la totalidad de su espalda; un padre elegante, muy bien vestido, con su chaqueta, su corbata, su sombrero y ¿cómo no? Su aromático «Cohíba»
Un recuerdo maravilloso de la infancia, en especial cuando mamá me dijo que tendría un hermanito que se llamaría Marcos,
¡Cuánto daría Marcos por estar aquí ahora! Se ha tenido que quedar en Agaete, cuidando del negocio familiar.
Ahora vuelvo a revivir de nuevo aquellos años tan bien guardados en mi memoria, la misma forma de hablar que recordaba en la voz de mi abuela María, esa dulzura que entra directa al alma y las remembranzas de antaño envolviendo la imaginación.
Y mi prima, qué bella mi prima. Nació cuando yo tenía cinco añitos. Siempre me gustó ese toque exótico que tienen las cubanas. Las isleñas suelen ser bellas. Tienen una gran sensualidad a flor de piel.
¡Qué maravilla! Lo estoy pasando genial disfrutando de los recuerdos, de los aromas de la comida que aún está en la lumbre.
Parece que ahora sacan las guitarras, y comienzan a tocar unos sones.
¡Cómo se contonean todos! Parece que han nacido con la música en el cuerpo, ya de serie. A mí también me apetece bailar, pasearé cerca de la zona conde están bailoteando a ver si puedo mover un poquito estas caderas que ya hace tiempo que no «engraso».
¡¡Cuánta felicidad!! Aquí la gente sonríe, es feliz. No recuerdo ver tantas sonrisas juntas, a la vez, en un mismo lugar. Quizás les veo así porque es mi familia, porque están alegres por tenernos aquí de vuelta, en la isla, aunque sea por unos días; pero esa felicidad me está contagiando.
Hoy estoy de suerte. Mi prima Sofía se ha acercado a bailar conmigo. Huele a campo, a flores de azahar, a tierra húmeda, a felicidad, a dulzura.
Es un placer sentir su cuerpo cerca del mío, su respiración, sus ojos clavados en mis iris. Tiene unos preciosos ojos de color café. Un café excitante, que no te deja indiferente. No sé si podré aguantar más tiempo bailando, no estoy acostumbrado y ya llevo más de media hora, pero a la vez no quiero parar. Necesito vivir este instante con intensidad.
¡¡Qué maravilla de música!! Una música que se pega al cuerpo como lluvia de verano, esa que poco a poco cae sobre ti y te va empapando. Cuando te caen las primeras gotas en las mejillas las disfrutas y das las gracias al cielo, para dejar que posteriormente sigan, poco a poco, empapándote, sin apenas darte cuenta, y mientras disfrutas de esa humedad que se apodera de tu cuerpo por completo. Sí, pienso en la lluvia porque debe ser que estoy sudando. Indudablemente.
Qué suerte que Sofía ha sacado su pañuelo y lo pasa por mi frente, junto a mis orejas, por la garganta, la barbilla… Dios, la barbilla no. Me excita mucho que me toquen la barbilla. Ahora desearía que la mordisquease poco a poco, con esas perlas blancas con las que me sonríe.
No. No. Hay que pensar en otra cosa, en la marea… La marea de su falda azul con ese encaje blanco revoloteando, envolviendo sus muslos prietos, morenos como miel de caña. Y tan dulces…
Que no, que no puedo pensar más.
Me mira, no puedo esquivar su mirada, me clavo en ella y me atrae con un imán gigantesco. De repente coge mi mano y la lleva a su corazón:
— Escucha, primo, cómo me tienes.
Ya no puedo más, me excuso, me dirijo a un árbol que se ve a unos 20 metros de la casa, en la explanada.
—¿Dónde vas? Te acompaño. Hay culebrillas por la zona, los jubos, y pueden hacerte daño.
¿Cómo puedo salir de ésta? Lo mejor será decirle que no, que no me acompañe. Me siento ridículo. Ya no sé cómo disimular la atracción que siento por esa mujer. Me ha vuelto a dar una subida de calor al pensar en ella, sin llegar a mirarla.
En ese instante pasan unas nubes y oscurecen un poco el prado, ella ya está a mi lado. No parece que haya hecho caso a mi silencio y se empeña en acompañarme. Paseamos, muertos de risa y con un gran sofoco, hacia el árbol que se ve a lo lejos. Me mira, me sonríe, le devuelvo la sonrisa…, así una y otra vez. Ya no sé cómo actuar.
¿Cómo se actúa en estos casos? No quiero complicaciones, y menos en la familia.
En unas cuantas zancadas más llegamos junto al árbol. En sus faldas hay un banco y, colgado de las ramas más fuertes, un columpio hecho de rafia. Sofía se sienta, me sonríe, y con un gesto me indica que comience a columpiarla.
Me pongo detrás de ella. Posee un cuello esbelto, como una diosa; se ha recogido la melena y contemplar ese comienzo de su espalda, perfecta, acabando en unas caderas redondeadas y curtidas por el trabajo en la tierra hacen que mi imaginación se desborde.
¿Y debo tocar esa espalda, esas caderas, esa piel, ese cuerpo, a esa mujer…?
¿De veras debo hacerlo…?
¿Cómo puedo salir huyendo de aquí?
Bueno, la verdad es que no deseo hacerlo, todo lo contrario, quisiera que este instante no acabase nunca.
— Primo, cuánta alegría que nos hayan venido a visitar. Ojalá nosotros podamos viajar a las Islas Canarias. ¿Eres feliz allí? — Se atrevió a preguntarme
¿Feliz? Nunca me lo había preguntado ni yo mismo. Sí, salía con los amigos, ligaba con alguna fiera dispuesta a dejarse la piel y el alma durante unas horas si le ofrecía buen sexo, pero nada más. La excitación que sentía ahora, sin apenas haber tocado a Sofía, Sofía, Sofía… no recordaba haberla sentido nunca.
— Sí, sí soy feliz — contesté titubeando-
Ella ha debido notar que no decía la verdad. Se bajó del columpio, me cogió de las manos, me dio un beso en la frente y me abrazó con muchísima fuerza. Mi pecho parecía la caldera de un tren destartalada. Se apretó contra mí y apoyó su cabeza en mi hombro, comenzando a bailar de nuevo, esta vez al compás de los corazones, y la excitación que provocaba el sentir aquellas carnes tan prietas cerca, con olor a canela y miel, a musgo y humedad.
De pronto comenzó tímidamente a rozar mi cuello, con sus labios a modo de pequeños toquecitos, como gotas de lluvia, calando en todo mi cuerpo. Por un instante no pude más y la encaré, la agarré con ambas manos por los hombros y la besé de forma apasionada. Sus labios eran dulces, carnosos; sentí que manaba de aquella boca el más dulce de los licores. En ese instante mágico comenzó a mordisquearme, primero en el labio inferior; me produjo una intensa excitación. Después siguió mordisqueando mi mejilla, mi barbilla, y ahí no pude contenerme más. No sé cómo ocurrió, pero instantes después estábamos abrazados sobre la hierba. Ya no había problemas con las culebrillas; allí estábamos los dos, disfrutando de una pasión descontrolada que no sé cuándo se encendió y de la que aún quedan rescoldos.
No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que volvimos a la fiesta. No sé si entre tanta gente conseguimos pasar desapercibidos, pero lo cierto es que ya no bailamos más.
Ahora ha muerto Fidel, quizás tenga posibilidad de visitarla con asiduidad, y ¿por qué no, por qué no invitarla a vivir aquí?
Vuelvo a acelerarme. ¿A eso se le llama amor? No, no puede ser. ¿Un calentón? ¿Un calentón sin enfriar y que me ha durado tanto?
No sé lo que es, pero sueño a Sof&iac
ute;a cada noche. Sí, cada noche y las sábanas se lavan en casa con mucha más frecuencia que antes por esos calores cubanos nocturnos.
Ese fuego no se ha apagado aún. Sigue brotando en mis noches. Espero que pronto
Sofía pueda venir a vivir aquí, en Canarias, conmigo. Si no tendré que ser yo quien me traslade al otro lado del mundo. ¡Vaya con la prima!
***
Reymel Delgado.