Que es la Apañada o la «Apaña» como le llaman en Fuerteventura?. Un espectáculo digno de ver y si tus condiciones físicas te lo permiten, de participar activamente en ella. En Fuerteventura hay dos maneras de tener a las cabras. Una en rebaños controlados por pastores y perros y que duermen en sus corrales o gambuesas y otra sueltas en las montañas, medio salvajes. Y de estas últimas trata «la apaña». Se suelen hacer dos veces al año por diferentes sitios y una de ellas se celebra por la zona de Gofete, que es a la que yo fui.

Todos los propietarios de estos animales que están sueltos en las montañas tienen una marca registrada hecha a cuchillo en alguna parte del cuerpo del  animal, generalmente en las orejas y en la nariz.

La «apaña» consiste en hacer bajar a todos los animales que puedan para, una vez en las gambuesas o corrales, controlar cada uno las suyas, de tal forma que si han parido desde el último control se marca a la cría que es muy fácil de identificar. Los problemas que se presenten son resueltos por una Comisión nombrada a tal efecto, que la forman personas mayores con mucha experiencia que ya no suben a la montaña. Los problemas más comunes son cuando no se identifica a una machorra o a un macho joven porque en la última o incluso también en la penúltima no se controló porque se quedó en la montaña escondido. La mayoría de las veces se identifica por el color de su madre con el hijo, pero como hay muchas cabras con el mismo color se produce la duda, pues desde que se destetan se vuelven independientes y es ahí donde se pide la intervención de la «Comisión». Si la Comisión tampoco lo identifica se destina a matarlo para la comida del día o de la siguiente «apaña». Pero, según me dijeron, son relativamente pocas las intervenciones de la Comisión. Pero eso si, cuando intervienen sus decisiones son aceptadas sin ninguna objeción.

Yo he tenido el privilegio de haber estado en dos apañadas junto con mi amigo Juan Manuel López. A la primera que fuimos, hace ya unos diez o doce años, ocurrió un caso muy triste como fue la muerte por accidente de un pastor. A parecer resbaló y se despeñó cayendo de cabeza desde una altura considerable. Su muerte fue instantánea.

Fue un caso casi insólito porque la gente que participa subiendo a las montañas son personas muy preparadas. Pero claro un accidente siempre puede ocurrir. Una sobrina mía y varios chicos y chicas de “La Pila del Garrote de Gáldar” habían ido también a La Apañada y coincidimos por casualidad. Bien, pues nos contaban que en ese momento estaban junto al accidentado y uno de ellos estaba a rabiar porque decía que si hubiese llevado el garrote largo lo hubiera salvado.

Estos chicos están muy preparados y subieron a la montaña con la autorización del Jefe de la «Apaña», que es quien la organiza destinando a unos y a otros por las zonas que se quieren barrer.

El garrote canario es un palo largo y bien liso, cuyo diámetro tiene que caber en la mano cerrada de un hombre o una mujer, con una punta de hierro y ademas tiene que ser muy resistente. Es una herramienta de trabajo que ningún pastor o senderista puede olvidar. En estos casos lo normal es que se lleve el garrote largo pues a veces se tienen que salvar alturas de varios metros y lo hacen con el «salto del pastor» que consiste en deslizarse lentamente a través del garrote, de ahí que tiene que ser liso y sin ningún saliente para no dañarse las manos.

Los que no estábamos preparados para subir a la montaña, que éramos muchos, nos quedamos en el campamento base viendo la operación de bajada de un montón de reses, así lo llaman, y de los pastores silbándoles y gritándoles para que sigan bajando, pues al estar medio salvajes desde que les dejan un hueco se vuelven hacia arriba, hacia su hábitat.

El día del desgraciado accidente, según decía luego el Jefe de la Apaña, venían más de quinientas «reses». Pero todos quedamos boquiabiertos cuando de buenas a primeras todos los pastores que bajaban de la montaña, según se fueron enterando del accidente, fueron abandonando sus posiciones y su presión sobre los animales que inmediatamente se volvían corriendo para la montaña. Los más veteranos supieron de inmediato, por el gesto de los pastores, que había ocurrido una desgracia. Que gesto más bonito de solidaridad colectiva, pues el abandono de la «apaña» no fue ordenada por nadie. Cada uno tomo esa decisión por su cuenta. !Es algo verdaderamente ejemplar!, y desde luego muy emotivo. A muchos ese gesto nos emocionó y nos hizo llorar.

En el campamento base desde bien temprano hay mucha actividad, pues se matan algunos machos jóvenes o machorras que trajeron de los sobrantes de la anterior «apaña» y que estaban en poder de la Comisión.

Cuando llegó al campamento base el Jefe de la «Apaña» informó en primer lugar a la Comisión de lo que había pasado e inmediatamente se fue a Morro Jable a dar cuenta a las autoridades competentes del accidente ocurrido.

La Comisión se reúne, y deciden que al estar toda la comida y las bebidas preparadas, que el que quisiera se quedara a comer. Casi todos nos quedamos, pero fue una comida muy triste. En silencio y nadie cogió un instrumento musical en la mano, que al parecer, en circunstancias normales se suele armar una buena parranda. Había toda clase de bebidas que ponía gratuitamente el Ayuntamiento.Todos, según terminaban de comer y después de ayudar a recoger, se fueron yendo. Nosotros también nos fuimos desde que alguien nos llevó, pues hasta allí solo se puede ir en vehículos todo terreno, ya que hay que atravesar una parte de la playa de Gofete y al haber mucha altura de arena corres el riesgo de quedarte enterrado. La tienes que cruzar a toda velocidad.

Antes de irnos ya habían llegado las autoridades competentes que autorizaron el levantamiento del cadáver. Pero, aunque un helicóptero lo intentó, no fue posible arrimarse al risco pues había viento en esa zona y la operación era muy peligrosa. Se tenía que llamar a los expertos alpinistas   de la Guardia Civil para hacer el levantamiento por tierra.

Tengo que destacar un gesto muy bonito y también emotivo por parte de los componentes de “La Pila del Garrote de Gáldar”. Nada más comer un poco se fueron todos a la montaña a velar el cadáver del pastor hasta su levantamiento. Para llegar hasta allí tardaban, según nos dijeron, unas dos horas, de ahí que no se llenaran el estómago con la comida y la bebida y solo comieron lo justo llevándose únicamente unas botellas de agua. Aunque no podían llegar junto al cadáver porque era muy peligroso se iban a poner en la altura desde donde cayó. Allí sentados, en silencio, estuvieron durante varias horas hasta que llegaron los expertos en alpinismo y pudieron sacarlo. A mi y a Juan Manuel nos emocionó este gesto tan bonito de solidaridad de estos jóvenes con el cadáver de una persona que ni siquiera conocían. El accidentado era un joven marroquí que llevaba varios años viviendo en Morro Jable y que se dedicaba al pastoreo de cabras.

Pues como nos fuimos tristes y sin haber vivido la mejor parte de la «apaña», decidimos y prometimos que  iríamos a la siguiente.

Unos compañeros de La Orden del Cachorro Canario de Fuerteventura nos avisaron de la fecha en que se iba a celebrar la siguiente «apaña». Juan Manuel y yo nos cogimos el Ferry y nos fuimos un viernes para Fuerteventura, a Morro Jable, el día antes de la celebración de la «apaña».

Al día siguiente, a las cinco de la mañana, nos fuimos al lugar de concentración y nos presentamos al que nos dijeron que era el Jefe de la «apaña». Resulto ser Santiago Alonso, conocido en el entorno de la lucha canaria como «El Majorero de Oro» por su enorme calidad. Nos presentamos como miembros de La Orden del Cachorro Canario de Gran Canaria y después de saludarnos muy cordialmente, le dijimos que veníamos para asistir a la «apaña» ya que el año pasado también habíamos venido y por el desgraciado accidente no pudimos terminar de verla. Inmediatamente nos espetó: !pero ustedes no pueden subir a la montaña!; !ni les veo preparados para esa labor ni traen el equipo adecuado!. Le dijimos que nuestra intención era quedarnos en el campamento base. Ya se quedó más tranquilo y nos dio la bienvenida y nos dijo que conocía de referencias a La Orden del Cachorro Canario, pues llevaba varios años viviendo en Gran Canaria, ya que era el mandador del Club de Luchas de Maspalomas. Nos recomendó que nos quedáramos cerca de él que ya nos buscaría sitio para ir en algún todoterreno porque en nuestro coche, uno de alquiler, no llegaríamos.

Yo soy muy aficionado a la lucha Canaria y lo recordaba de verlo luchar y luego de mandador. Era muy bueno en ambas facetas.

Fueron llegando todos los pastores y media hora después nos pusimos en marcha hacia Gofete. Para llegar al campamento base, como ya dije, hay que cruzar un buen trecho de la playa del mismo nombre, que al tener mucha altura de arena peligras que se te entierren las ruedas del coche, de ahí que tienes que cruzarla a toda la velocidad posible.

Algunos pastores no llegan al campamento base sino que suben a la montaña por otras zonas antes de llegar a él para acortar camino; así que Santiago Alonso nos dijo que si nosotros podíamos llevar uno de sus coches. Naturalmente le dijimos que si y lo condujo Juan Manuel que tiene más experiencia que yo en esos tipos de vehículos, pues él tiene uno. Íbamos muy bien, casi llegando, cuando quedamos inmovilizados en la arena. Con mucho esfuerzo poniendo piedras bajo la rueda enterrada logramos sacarlo y así llegamos al campamento. Todos los pastores iban subiendo ya camino a la montaña, cuyo final aún no se veía por la densa niebla de la mañana, pues a todas estas aún no eran las siete. Había que esperar muchas horas para empezar a ver bajar a las cabras, pues según decían los entendidos hasta cerca de las doce por lo menos no se empezarían a ver. Mientras, ya estaban los cocineros y sus ayudantes preparando la comida, después de matar a un par de machos jóvenes castrados, de la última «apaña» y que estaban en poder de la Comisión. Esa carne se hacía en salsa y cuando llegara el ganado se matarían también otro par de machos jóvenes y esta se freía. Lo primero que hicimos después de la llegada, al igual que todos, fue hacernos un bocadillo de queso majorero, que estaba riquísimo, y lo comimos con una cerveza fresquita. Era el desayuno.

Luego nos ofrecimos para colaborar en alguna labor y nos dijeron que ya eran bastantes y que si ponían a más gente sería más un estorbo que una ayuda. Nos dieron las gracias y nos recomendaron que nos dedicáramos a disfrutar del lugar. Así lo hicimos y recorrimos parte de la base de la montaña en la que estábamos, visitando los corrales, aquí se les llama gambuesas, en donde se meten a las cabras cuando lleguen. Poco antes de las doce se empezaron a ver los primeros animales que bajaban de la montaña. Los pastores fueron cerrando el abanico poco a poco y las reses se fueron juntando hasta formar un enorme grupo de ganado que era precioso a la vista. Un verdadero espectáculo. Decían los entendidos que habían bajado en torno a los quinientos animales y todos se mostraban muy contentos por ello y porque no había ocurrido ningún accidente. A todos los que estábamos en el campamento nos llegó el momento de colaborar, formando una especie de foní (embudo) para que los animales fueran entrando en las gambuesas que están construidas de piedra seca.

Ahora empezaba el trabajo de la identificación por parte de los pastores propietarios de los animales con sus diferentes marcas. Los baifos que estaban junto a sus madres no daban ningún problema para identificarlos y marcarlos cuchillo en mano. También se empezó a capar a los machos jóvenes ya que en una manada no pueden haber muchos machos adultos, pues se pasarían  el día peleando por las hembras. También al ser castrados cogerían más peso para su venta. Muchos de los pastores separaban a algunas crías, machorras, machos del anterior parto y alguna cabra para llevárselas para sus corrales o fincas o simplemente para su venta.

Los miembros de la comisión estaban atentos a todo el proceso y solo intervenían cuando así lo demandara algún pastor. Hubieron varios animales que no pudieron ser identificados y de ellos se mataron un par de machos jóvenes, cuya carne tanto frita como en salsa es riquísima.

Tampoco puedo olvidarme de las famosas quesadillas, que no es otra cosa que los testículos de los machos cortados en rodajas y fritos. Impresiona a los que no estamos acostumbrados a verlo la forma de hacer la castración. Se hace rapidísimo para que el animal no sufra, o sufra menos; con un cuchillo bien afilado se corta por el centro, por la hendidura donde se separan los dos testículos, desde arriba hasta abajo, luego se descubren estos y de un tirón con ambas manos ya esta el animal capado. El pobre animal da una salto balando al mismo tiempo y se aleja corriendo; pero es raro pues no veíamos que se quejaran mucho; da la impresión de que no les duele o que el dolor es muy leve porque al rato los ves tan tranquilos en la gambuesa. Lo cierto es que de las manos del pastor pasa al balde y del balde a las manos de los cocineros que hacen de ellos una exquisitez.

Claro está que nosotros hacíamos muchas preguntas a los entendidos, sobre todo a Santiago Alonso que estuvo muy atento y cariñoso con nosotros. Y así nos enteramos, por ejemplo, de la selección que se hacía para castrar a los machos jóvenes, pues dejaban sin capar a algunos que les interesaban para que a través de él siguiera la saga y no se perdiera la raza. De tal forma han dado sus frutos que existe una «cabra majorera» que se ha conseguido gracias a esa rigurosidad en la selección. Los saharauis no quieren otra y vienen a Fuerteventura a comprarlas con frecuencia, porque es una cabra resistente y buena de leche.

Después de toda esa labor los animales quedan muy nerviosos y era como un coro de balidos. Todo se quedo tranquilo después de que los pastores  acabaron con sus marcas y habían cogido a los animales que les interesaban. Las gambuesas son circulares y como ya dije están construidos de piedra seca, que se repasan en todas las «apañas» para mantenerlos en perfecto estado.  En cuanto los animales se quedaron solos se tranquilizaron  y casi ni se les oía balar.

Entonces fue cuando se abrieron las puertas de las gambuesas y todos los animales fueron saliendo muy despacio, como si desconfiaran, pero desde que estaban fuera de ellas partían corriendo montaña arriba. Pronto se nos fueron de la vista, pues volvían a lo mas alto, a su hábitat.

A partir de ahí, sobre las cuatro de la tarde, era cuando nos pusimos a comer aquella carne tan sabrosa acompañada de la bebida que quisieras, pues había cerveza, refrescos, vino, ron y hasta alguna botella de whisky. Juan Manuel y yo nos sentamos en unas piedras y sin prisas fuimos comiendo de los dos tipos de carne que habían preparado, en salsa y frita. No sé decirles cual estaba mejor pues tanto una como otra eran un verdadero manjar. Además no puedo olvidarme de las papas fritas y sancochadas y de una enorme ensalada. También había como entrante un queso majorero artesanal, que como sabrán es solo de leche de cabra, que estaba muy bueno. Vamos, que no sabías a que meter mano. Imaginen que festín, incluso amenizado por unas guitarras, un laúd y un timple y un par de solistas cantadores, que tocaban y cantaban, claro está, al estilo del majorero. No se podía pedir más. Es justo decir y agradecer que todas las bebidas estaban costeadas por el Ayuntamiento.

A media tarde, a eso de las seis, se empezó a recoger el campamento y nos fuimos en el mismo coche que vinimos, pero esta vez conducido por su propietario.

Habíamos cumplido con nuestra promesa y nuestro deseo de vivir un día de una «apaña» al completo. Luego nos fuimos al apartamento a descansar un par de horas pues estábamos muy cansados. A eso de las nueve de la noche, después de habernos duchado y cambiado de ropa, nos fuimos a cenar y a continuación nos volvimos al apartamento pues estábamos agotados. El apartamento tenía un solo dormitorio con dos camas separadas, y tengo que contarles, como anécdota, que tanto Juan Manuel como yo roncamos de tal forma que el primero que se duerme es el que descansa toda la noche porque son tan fuertes los ronquidos que no dejan dormir al otro. A Juan Manuel le toco no dormir la primera noche pues yo desde que caí en la cama me quedé dormido y a mi me toco no dormir en la segunda. Así que quedamos en un empate, pero Juan Manuel, justo es decirlo por sí lee estas páginas, se llevo la peor parte pues fue a la «apaña» después de una noche en blanco; me dijo por la mañana que llegó incluso a sacar el colchón para el balcón y así pudo echar una cabezada.

Al día siguiente, Domingo, cogimos de nuevo el Ferry y nos vinimos para Gran Canaria. Fue una linda experiencia que no olvidare nunca y que lógicamente transmitimos a los compañeros de La Orden del Cachorro Canario en la siguiente Asamblea informativa.