La vivencia de esta semana no es nada simpática ni graciosa. Es triste, pues se trata de la despedida de un amigo. Pero también tiene cosas positivas de las que siempre se pueden aprender.
Conocí a Sergio Correa a finales del año 1.999 cuando me incorporé a La Orden del Cachorro Canario. El fue fundador de la Orden ocho años antes. Enseguida simpatizamos pues a él le gustaba mi forma de tocar el timple, mi rasgueo, y a mi me gustaba su voz, sobre todo sus folias. Me motivaba a tocar dando lo mejor de mi cuando le acompañaba. Formamos muchas parranditas con el acompañamiento de la guitarra de algún amigo y él acompañando también con la tambora pues era un gran percusionista. Me acuerdo de una parranda en el Puerto de las Nieves, en Agaete, por las fiestas de la Virgen de las Nieves, con él y Pepe Cabrera a la guitarra, que fue memorable. Lo pasamos muy bien.
Era un hombre comprometido con nuestro folclore y eso era para mi suficiente para simpatizar con él pues coincidíamos plenamente, ya que él al igual que yo admirábamos el folclore puro. Yo acostumbro a decir cuando oigo a alguien cantar haciendo gorgoritos o prolongando demasiado la voz en una isa o incluso en las folias que «no reinventen el folclore que lo echan a perder”. “Que el folclore no tiene que evolucionar, sino mantenerlo en las mismas condiciones para poder transmitirlo puro a las siguientes generaciones”. Ese debe ser nuestro compromiso. A veces me molesta tanto cuando veo en TV algún programa con esas innovaciones, que apago el televisor o cambio de canal de inmediato.
Yo siempre he sido un purista de nuestro folclore, pero me volví mucho más acérrimo cuando estuve unos años colaborando en la primera Escuela de Folclore de Las Palmas, en la que formé parte de un grupo musical que era muy bueno y que lideraban Nanino Díaz Cutillas y Emilio Gomez y un seleccionado grupo de tocadores y cantadores. Nanino presentaba al grupo y cantaba una Isa de salón. Hacíamos recitales en muchos pueblos y en nuestros barrios como muestra del folclore puro.
Cuando más intimidamos Sergio y yo, y cuando más creció nuestra amistad fue cuando nos contrataron, previas pruebas de selección, para interpretar y grabar la obra de Pancho Guerra que se iba a titular «Los Cuentos Famosos de Pepe Monagas». Quien nos contrato fue una productora de Madrid que se llamaba «Bentura Digital», (no esta mal escrito es con B), y el director se llamaba Carlos García. Querían hacer trece capítulos para venderlos a alguna cadena de televisión.
Estuvimos ensayando el primer capitulo dos veces por semana durante un par de meses. Aparte de nosotros habían siete u ocho actores más. Sergio hacía el papel de «don Pedro el Batatoso» que le iba como anillo al dedo pues su papel era muy gracioso a base de contar historias y mentiras en las tertulias diarias que se celebraban en la carpintería de maestro Pepe Quintana. A mi me asignaron el papel de don «Gregorio el Médico», que también como hombre importante del barrio asistía a esas tertulias junto con Pepe Monagas; un Cura; otro chico jovencito que hacia el papel de «zoquete»; y otro que hacía de Juez. Sergio y yo nos hacíamos gestos y comentarios de complicidad, fuera del guión, que al Director le gustaban. Después del papel de Pepe Monagas, que lo interpretaba Miguel Ángel Cubas, conocido mío de Gáldar, los nuestros eran los siguientes en importancia según nos manifestó el propio Director y también nos llegó a decir que los tres éramos los mejores actores pues teníamos muchos «registros»; Yo entonces no sabia ni que significaba eso. También a destacar que interveníamos en casi todos los capítulos. Aparte de los actores citados también habían dos señoras que interpretaban su papel a la perfección.
Como dije, a todos nos contrató una productora de Madrid que se llama o se llamaba “Bentura Digital”, pues al parecer era una filial de una gran productora de dicha ciudad que se creó exclusivamente para esta obra. Lo mas probable es que ya no exista. Tan en serio iba todo que incluso se hicieron contratos formales que firmamos las dos partes y quedaron en avisarnos si se solucionaban los problemas con los herederos pues parece ser que la obra se vendía bien y ya habían varias ofertas pues según nos dijo Carlos, el director, la obra y el proyecto gustó mucho a las televisiones. Cada capítulo iba a durar en torno a la media hora. Vamos que, repito, era una cosa seria. Grabamos el primer capítulo en una carpintería clásica en el barrio de Vegueta, en un día maratoniano pues estuvimos desde por la mañana, a eso de las diez que empezó el maquillaje, y acabamos de madrugada, con solo un pequeño descanso para comernos un bocadillo en la propia carpintería. Esta grabación era la que se iba a mostrar a las televisiones, por lo que tenia que salir perfecta, de ahí que tardáramos tanto, pues hubo que repetir muchas escenas. Según nos dijo el director la más interesada que estaba en contratar era Antena-3 TV.
La guionista era la escritora doña Dolores de la Torre que fue en su juventud muy amiga de Pancho Guerra y mantenía un alto grado de amistad con los herederos. De ahí que La Productora contará con ella para los permisos correspondientes de dichos herederos. Era y espero que siga siéndolo una mujer muy simpática, de mucha personalidad y con un gran sentido del humor como no podía ser de otra manera.
Recuerdo con cariño que alguna vez me decía al inicio de los ensayos, que no se perdía uno: «Don Gregorio hoy no me siento muy bien me quiere reconocer». Y yo también, siguiendo la broma pero muy serio, le contestaba: «vamos a ver doña Dolores, enséñeme la lengua». Ella seguía con la broma: «y nada más que eso tengo que enseñarle doctor?». Y yo cerraba el diálogo diciéndole, sin apenas poder aguantar la risa: «las señoras mayores de 50 años solo tienen que enseñarme la lengua». Y entonces nos partíamos de risa todos los que estábamos allí. Lo pasábamos muy bien.
Aunque nos dijeron que nos pagarían si se vendía la obra, yo la hubiera hecho de gratis. Al final todo se vino abajo pues los herederos se echaron para atrás e ignoro el verdadero motivo por el que no la autorizaron. Pero supongo que estaría relacionado con lo de siempre: el puto dinero.
Pues entre otras cosas buenas de esa magnifica experiencia fue conocernos mejor Sergio y yo, hasta el punto de que cuando fue nombrado Delegado responsable de la música en la Orden del Cachorro Canario, quiso que yo formara y dirigiera la parranda, que por aquel entonces estaba muy mal, pues la gente de calidad se habían ido.
Sergio Correa era muy conocido en todas partes pues era colaborador del programa de musica folklórica y sudamericana de televisión «La Bodega de Julián», en donde en todos los programas contaba algún chiste, pues era muy bueno en esa faceta.
Sergio falleció a finales del año 2012. Poco antes de morir quiso ir a la casa de La Orden del Cachorro Canario para despedirse de todos. Tenía una entereza muy grande y desde luego ya estaba preparado para irse.
Sergio llegó junto con su esposa Margot en una ambulancia medicalizada que esperó en la puerta de La Orden hasta que terminó el acto, pues el ya estaba muy grave. Después de saludar y agradecer a todos su asistencia, el local de actos estaba a rebosar, dijo que se despedía de todos, que él ya estaba preparado para partir y que le perdonaran si había hecho daño u ofendido a alguien en algún momento de su vida. A estas alturas estábamos todos con un nudo en la garganta y las lágrimas queriendo salir, menos él. !Que entereza y valor tenía ese hombre!.
Ya se le notaba muy cansado, pues tenía una insuficiencia respiratoria muy grave, que se agravaba por el hecho que desde hacía años solo tenía un pulmón. Llevaba una mascarilla con oxígeno que se quitaba para poder hablar. Entonces anunció que quería despedirse contando un chiste, para, decía, no perder la costumbre. El chiste decía así: «Este mediodía estaba yo en mi dormitorio acostado y bien abrigado porque hacia mucho frío en San Mateo donde vivo, cuando me llega un olor de la cocina que era irresistible, provocador. Como Dios me dio a entender pude llegar a la cocina y vi que Margot, mi mujer aquí presente, estaba friendo unos bollitos que por su olor tendrían que estar deliciosos y sin que me viera extendí el brazo para coger uno de la bandeja donde ella los iba poniendo después de freír y en ese justo momento en que iba a coger uno mi mujer me vio y me dio un golpecito en la mano, al tiempo que me decía: «Deja eso ahí que son para el sepelio».
A ver quien coño era capaz de reírse o de simplemente sonreír. Todos llorábamos como magdalenas menos él. Su mujer se quedo con la boca abierta llorando, pues también a ella le sorprendió la ocurrencia de su marido pues el chiste se lo había inventado en el último momento.
A la semana siguiente falleció. Descansa en Paz querido amigo.