Miró a su hijo y se sintió la mujer más feliz del mundo. Sentía tanto regocijo que no podía parar de sonreír.
Hacía ya dos días que estaba en aquella casa, bendita casa. No podía imaginar un hogar mejor, a pesar de no disponer de agua caliente, usar muebles muy viejos, seguramente comprados en algún comercio de segunda mano, y vestir con prendas que le habían regalado.
Huyó. Huyó del horror. Huyó de la cárcel donde la enclaustraron, sin poder ver a sus amigas, sin tener contacto con sus padres y hermanos; allí sólo podía ver a su pequeño hijo y al ogro que la había encerrado en aquel palacete, además de la malvada mujer de negro que cuidaba de que no tuviese contacto con el exterior.
Huyendo se reencontró a sí misma; en los ojos de pequeño príncipe fue donde halló la fuerza para escapar y se juró a sí misma que jamás volvería a estar presa. Bendita casa, bendito teléfono de ayuda (016), bendita amiga que se lo facilitó, bendito coraje el que tomó aquella tarde en la que apostó por ser libre y feliz.
Inma Flores © 2017