En la vida muchas veces nos hemos cuestionado porque tenemos experiencias negativas, complicadas e incluso porque tenemos que sufrir. Tantas preguntas que nos planteamos que perdemos la posibilidad de buscar la solución o ver más allá de lo que la experiencia nos quiere enseñar a través de pruebas.
Nadie dijo que fuera fácil caminar descalzo por el desierto, la arena quema, el sol penetra como agujas en la piel, la sed se duplica en cada paso y por más que miramos a nuestro alrededor en ese momento la soledad es nuestra compañía. Es aquella que nos indica que es el momento para estar abiertos para aprender algo más, que en un futuro cercano nos servirá para seguir avanzando, con mayor seguridad. Tal vez, ese desierto que hemos vivido sea la esperanza y fuerza para otra alma herida. No es cuestión de culparnos ni buscar culpables, se trata de no perder la fe. Saber que lo importante no es llegar, sino el camino que debemos experimentar.
Avanzar es perdonar, aunque hayamos sido heridos. Seguir caminando con la cabeza alta porque la vida es un conjunto de experiencias, de las cuáles nos mostrarán los caminos que tenemos que vivir. Puede que nuestras enseñanzas sean palabras de aliento, para aquellos que caminan sin dirección, dejándose gobernar por el miedo, por los prejuicios, por no atreverse a ver la verdad. Es sencillo a largo plazo, guardar silencio y permitir que nada tenga solución, si somos nosotros los que podemos perder al hablar con la verdad.
Caerse y perderse es necesario para aprender y mejorar, aunque en el momento no lo vemos. Sentimos que nuestros pasos los damos solos, cuándo la realidad es que aquellos que nos aman también caminan a nuestro lado. No lo vemos porque somos nosotros los que tenemos que superar la prueba y al final del camino, dónde creemos que no hay nadie, nos esperan para vernos más fuertes y sabios. Tal vez caminar descalzo por el desierto, quemé nuestros pies pero jamás nuestro corazón.