Cada 8 de septiembre, la Villa Mariana de Teror se convierte en el corazón devoto de Gran Canaria. Multitudes de fieles acuden a honrar a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis, en una jornada donde lo religioso y lo popular se entrelazan en un mosaico de fervor, tradición y orgullo insular. Entre los muchos elementos que conforman esta celebración, uno de los que mayor simbolismo despierta es la participación de las Fuerzas Armadas.
No se trata únicamente de una presencia protocolaria. El desfile de militares, la escolta al paso de la Virgen, la interpretación de himnos y la solemnidad del uniforme en un contexto religioso hablan de algo más profundo: del vínculo entre la institución castrense y la identidad del pueblo canario. El soldado que rinde honores en Teror no solo representa al Estado, sino también al hijo de estas islas que, en su servicio, enlaza la disciplina de los cuarteles con la espiritualidad de su gente.
Las Fuerzas Armadas en Canarias no son un cuerpo ajeno ni distante. Están presentes en la historia reciente de la isla, en la defensa de nuestra tierra, nuestras costas y nuestros cielos, en el auxilio durante emergencias y catástrofes, en la participación en misiones internacionales donde Canarias ha aportado hombres y mujeres que también llevan consigo la memoria de su tierra. Su presencia en la festividad del Pino es, por tanto, un recordatorio de ese doble compromiso: el servicio a la nación y la cercanía con la sociedad a la que pertenecen.
No obstante, conviene reflexionar sobre el alcance de esa participación. En un tiempo donde lo religioso se ve a menudo desplazado por lo estrictamente civil, la imagen de militares rindiendo honores a la Virgen puede generar debate. ¿Es solo tradición o es un gesto de confesionalidad? Algunos lo ven como una inercia del pasado, mientras que otros lo interpretan como un reconocimiento a la fe mayoritaria que sigue latiendo en el pueblo canario.
En mi opinión, la clave está en no reducir este gesto a un simple ritual vacío. La participación de las Fuerzas Armadas en Teror debe leerse como un símbolo de arraigo, de identidad y de respeto a las tradiciones de un pueblo que, más allá de sus creencias individuales, reconoce en la Virgen del Pino un punto de unión. El uniforme, la fe y la tradición juntos en la plaza de Teror, no son una imposición, sino un abrazo entre dos realidades que forman parte inseparable de nuestra historia colectiva.
Quizás en un futuro la sociedad reclame nuevas formas de representación, y habrá que estar atentos a esos cambios. Pero mientras tanto, el paso firme de los militares en Teror cada 8 de septiembre seguirá recordándonos que las Fuerzas Armadas no solo defienden fronteras, sino que también comparten con su pueblo los momentos de fe, emoción y memoria. Y esa es, en sí misma, otra forma de servicio.