Como todas las madres en la cultura rural, la mía ponía sus vasos con aceite en los cuales flotaban los pabilos. Uno por cada fallecido de la familia, esa era la norma. Mi madre no era especialmente religiosa, pero a comienzos de noviembre siempre cumplía la tradición de hacer el pequeño homenaje a los fallecidos. Yo nací en una época en la que las tradiciones religiosas eran muy arraigadas en la población.
Luego llegaron otros divertimentos procedentes de EEUU. La posible comunicación con las ánimas en la devoción del 1 y el 2 de noviembre fue suplantada por la algarabía de Halloween, una fiesta juvenil de muchas risas y muchos trucos, pura pirotecnia. Viene todo eso de la cultura anglosajona, tan distinta a la nuestra. Tan llena de efectos especiales que entusiasman a la chiquillería. Esta nueva fiesta que se ha colado con mucho éxito es una especie de carnaval prenavideño en el que todos hemos de vestirnos de monstruos, fantasmas, diablos, asesinos en serie, con disfraces de terror, mucha sangre, mucho morbo, etcétera.
En algunos pueblos y en algunos barrios las asociaciones vecinales intentan regresar a la idea de la conmemoración de los Finados, y por eso convocan actos en los que se ofrecen castañas asadas, una copita de vino o de anís para combatir el fresco y el espíritu vecinal de luchar por lo nuestro, tan malparado en una época de acelerón histórico.
Recuerdo una anciana de 87 años que vivía junto a la presa de Lugarejo, en Artenara. Era conocida como Cha Zaragoza, y la entrevisté en septiembre de 1975, una dobla página de La Provincia. El hecho de revivir cosas que sucedieron hace 50 años se debe al impulso que me ha brindado una profesora del instituto Santiago Santana de Cardones, Arucas. Ella es Carola Pérez, una docente entusiasta de las que ya no abundan. El personaje de la anciana me pareció tan interesante que lo incorporé en Las espiritistas de Telde, como una referencia de las creencias del pueblo llano. El territorio en el que vivió esta señora que afirmaba comunicarse con las ánimas del purgatorio está situado en lugares de la isla vaciada, presas secas, barrancos sin agua porque no llueve. ¿Por qué hay gente que sostiene estas creencias? En parte se debe al poblamiento, nuestro mestizaje cultural, pues tenemos una cierta querencia por el mundo mágico. Los gallegos en especial creen en experiencias de este tipo, en los caseríos se movían las brujas como peces en el agua. En África hay religiones con un trasfondo animista, un fuerte culto a los antepasados. Y las brujas han sido personajes en el arte, recordemos a Goya.
Decía Cha Zaragoza que los seres del más allá se le presentaban, sobre todo de noche, en el interior de su modesta vivienda y que le hablaban muy bajito, en un susurro. Se manifestaban como un aleteo de mariposas. Iba a verla gente de la capital para que le transmitiera mensajes a los espíritus de sus familiares, y a su vez recibía la respuesta que daban los difuntos, muchas veces para que les fueran ofrecidas las 30 misas gregorianas o se pagara una deuda o se borrara una ofensa, o se pudiese encontrar un dinero que dejaron escondido. Esas acciones ayudarían para que las ánimas permanecieran menos tiempo en el Purgatorio. Hay una leyenda parecida, El alma de Tacande, en La Palma, documentada en el siglo XVII, y con tal apariencia de realidad que la Inquisición llamó a declarar a los testigos.
Este año el ayuntamiento capitalino también ha puesto énfasis en reivindicar la antigua celebración. La Alameda de Colón acogerá el 31 una representación centrada en la epidemia de cólera en 1851 a la que seguirá un baile de taifas con Los Gofiones en la plaza de Santa Ana. Buena nota al ayuntamiento, aunque según cuenta Elizabeth López Caballero en su columna, la concejalía de Igualdad es impresentable porque no paga a personas que hicieron su trabajo, presumen de superávit pero no pagan.



