Manuel de los Reyes Díaz García, el poeta-panadero de Juncalillo, nació en 1974 y tiene cuerda para rato. Activista cultural, generoso promotor de encuentros literarios, es un hombre cordial que se construye a sí mismo. De madrugada hace su trabajo: sus bizcochos de huevo, de pasas, nueces, papas, ajo y perejil, integral, polvorones, etc. todo cocinado a 1.400 metros sobre el nivel del mar, con agua pura de las cumbres.
No es un poeta iconoclasta sino que asume la tradición -desde Lezama Lima hasta Claudel y su maestro, Eugenio Padorno- y publicó recientemente su libro Exequias por la poesía, un formato muy breve de Mercurio Ediciones, que sorprende por su intensidad, poco frecuente en estos tiempos. Un conjunto de 13 poemas, una elegía, una denuncia, un espejo y una liturgia para enfrentarse a un planeta en crisis. Un librito sorprendente, que arma un pequeño revuelo.
Conviene leer despacio pues “es la hora en que los corazones se encogen / y un incendio de falsas promesas, arrasa todo”. He aquí el desengaño y el dolor frente al narcisismo de tanto poesía estéril, el autor reclama el aliento febril. “¿Qué ha sido de la compasión, la perseverancia, / el respeto, la esperanza la humilde gratitud, / la justicia, el progreso, la libertad, la ética?” Poesía entendida como producto de las entrañas del pueblo, porque es consuelo y amparo de las almas. Más allá de las alharacas, he aquí un lamento, un llanto.
Tiene Manuel el don de la perseverancia, ha creado festivales internacionales, promueve el ejemplar Artebirgua. Letras en la cumbre, es director del proyecto Poesía Viva de la Atlántida y es autor de siete libros. Ha colaborado en numerosas antologías y en proyectos con el pintor Felipe Juan. Prologuista, presentador de actos y animador social. Moviliza a los vecinos de esa pequeña aldea de fin de semana que es Juncalillo, en los altos de Gáldar, en esa isla vaciada que todavía resiste, y las instituciones le apoyan en el encuentro que organiza a finales de junio con propuestas variopintas, desde la literatura al cine y a la pintura, con debates y tertulias de nivel, con invitados de aquí y de allá.
Los lectores defienden su propuesta. Es lo que han hecho Berbel, Antonio Arroyo, Fermín Higuera o Juan Luis Calero, con testimonios especialmente elogiosos. Unos y otros resaltan el atrevimiento, el rito, la autenticidad, sin alardes, con profundo respeto por la palabra, porque el autor ha hecho muchas lecturas de los clásicos y los contemporáneos, y se queda con la médula del hueso. Poemas cortos amasados como si fueran pan, masa madre de la que surgirán buenos frutos. Escribe mirando al frente, su voz es genuina más allá del ruido y las pocas nueces que se perciben en algunos recitales, citas multitudinarias para mostrar no demasiadas cosas, aunque ciertamente sirven para fomentar la amistad e incluso la solidaridad entre distintas maneras de entender la literatura.
En realidad, Manuel Díaz sabe que la poesía es su mayor esperanza para celebrar la vida, para moldear la masa madre de las palabras que vienen del fondo. Es un todoterreno de la cultura, desde su rincón ultraperiférico siempre está urdiendo acciones en las que la mayoría pueda sentirse beneficiada. Allá arriba, en la soledad, debe sentirse como pez en el agua. El aire más puro y una atalaya para ver mejor lo que sucede. En ese sentido, ojalá hubiese muchos como él, pues ya sabemos que en el mundillo de la creación los egos son dominantes. Él tiene bastante con sus sueños, con el apoyo de Noelia, con los poemas compartidos con tantos amigos. No le van a faltar entusiasmo y energía, porque aunque solo pueda dormir tres o cuatro horas cada mañana presenta sus productos recién horneados, y al cabo de unas horas son distribuidos en las grandes superficies.
“¿Qué ha sido de la compasión, la perseverancia, / el respeto, la esperanza, la humilde gratitud, / la justicia, el progreso, la libertad, la ética?” Queda la lucha, que trae esperanzas.