Donald Trump ha firmado el pasado 8 de octubre una orden ejecutiva para que cada segundo lunes de octubre se celebre el Columbus Day, un festivo que conmemora la llegada de Cristóbal Colón a América. Cierto es que esta celebración nunca dejó de celebrarse como festivo federal en Estados Unidos, pese a que durante la era Biden también él lo llamaba Día de los Pueblos Indígenas.
Y esto, al menos al grupo de amigos que llevamos reivindicando esta celebración en mí ciudad, la que tal vez para estos eventos mundiales debiera llamarla pueblo, nos produjo una sensación agridulce. Si bien en los EE.UU. se repotenciaba esta efeméride, la lectura del documento sólo hablaba de un imaginario Cristóbal Colón italiano y de los italoamericanos, sin una sola mención a España, ni a los hispanoamericanos, ni a la Hispanidad. Viendo en YouTube vídeos de los últimos años relacionados con este evento, puede comprobarse cómo en Nueva York es una fiesta por todo lo alto exclusiva de los italianos. En Chicago, desfilan muchos países hispanoamericanos, los que allí llaman incorrectamente latinos, pero en ninguno de los vídeos pude ver a España desfilar. Por contra, los que se celebran en San Francisco, son muy mayoritariamente españoles y con la bandera de España. Sólo he podido ver estos vídeos y no tengo otra fuente para contrastar mi impresión.
Me ha resultado muy decepcionante, aunque tampoco es de extrañar con el Gobierno actual, que el Instituto Cervantes no se haya manifestado alto y claro sobre este asunto y el Ministerio de Asuntos Exteriores, de quien depende esa institución, no haya enviado una nota a la Casa Blanca recordándole a Donald Trump que fue la España de los Reyes Católicos bajo la cual se realizó la empresa descubridora en 1492 y la posterior incorporación a la civilización occidental de aquellas tierras. Ese es el concepto de Hispanidad, pueblos unidos por una cultura y una lengua común que hoy hablan 600 millones de personas. Los italianos, en mucha menor cantidad, vinieron siglos después.
Y si se pudieran dejar a un lado las diferencias políticas entre Trump con Pedro Sánchez y Zapatero, no hubiera estado nada mal que el Ministerio de Asuntos Exteriores y su brazo político y politizado Instituto Cervantes, recordara a los estadounidenses que la participación de España en la independencia de los Estados Unidos fue crucial, especialmente durante la Guerra de Independencia, cuando España y Francia apoyaron a las Trece Colonias con financiación, suministros y armamento en su lucha contra Inglaterra.
Pero en vez de defender la Hispanidad, asistimos atónitos y con bochorno creciente, cómo Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, insulta a Santiago Muñoz Machado, Presidente electo, no designado como el otro, de la RAE. El cargo público socialista le espeta que “la RAE está en manos de un catedrático de Derecho Administrativo experto en llevar negocios desde su despacho para empresas multimillonarias y eso, personalmente, también crea distancias”.
No ha tardado la RAE en responder a estos insólitos ataques afirmando que “el pleno ha acordado por unanimidad manifestar su absoluta repulsa por las incomprensibles manifestaciones del señor García Montero, por completo desafortunadas e inoportunas en la víspera del comienzo del X CILE (Congreso Internacional de la Lengua Española)… el director de la Real Academia Española ha sido elegido democráticamente en dos ocasiones por el pleno de la institución, y no solo es un experto jurista, sino uno de los ensayistas e historiadores más reconocidos de nuestro país, con premios como el nacional de ensayo y el nacional de historia, además de incontables galardones de academias y universidades españolas y extranjeras”.
Cuando se habla de cargos públicos designados por el Gobierno, siempre hay que preguntarse si el nombramiento ha sido motivado por su competencia profesional en el ámbito correspondiente o porque se presume que será proclive a comportarse en el cargo como correa de transmisión de las consignas ideológicas políticas del momento. En cualquier caso estas presidencias, en el Instituto Cervantes por designación política y en la RAE por elección, siempre estarán sometidas a opiniones diversas en función del momento, objetivos y necesidades de la institución de que se trate. Creo que en este caso, Arturo Pérez Reverte lo ha explicado con suma claridad al rechazar de plano los insultos de Luis García Montero, dedicado más a defender el lenguaje inclusivo, aunque dice no gustarle mucho lo de “nosotres” y lo de “todes”, que a promocionar la lengua española y su aprendizaje. Los casos del Columbus Day y de la Hispanidad son dos ejemplos paradigmáticos.
Por poner un par de ejemplos que expliquen lo que se quiere decir. El primero podría ser el preguntarse si un hospital es un centro médico con servicios de hostelería o es un hotel especializado en servicios médicos. Téngase en cuenta que para un paciente el acto médico se produce al inicio y el resto del tiempo es principalmente hostelería. Según se responda a esta pregunta el director deberá ser un hotelero o un médico (con la complicación en este caso de no tener sesgo por su especialización). En un segundo nos podríamos plantear si el presidente de un club de fútbol debe ser un experto en gestión de empresas o debiera ser un ex jugador más o menos afamado. Este es un debate imposible de cerrar, pues la decisión depende de las necesidades del momento, de las de quien nombra digitalmente o del colectivo que elige democráticamente. Y esta cuestión es la que no parece entender o, lo que es aún más siniestro, la entiende perfectamente el insultador director del Instituto Cervantes.