Libertad a la carta: cuando la fe del otro molesta

Artículo de Opinión. Por Luis Seco de Lucena. ASSOPRESS


De Jumilla a toda España, la doble vara de medir en materia religiosa amenaza la convivencia que decimos defender

La reciente polémica surgida en Jumilla, donde se ha prohibido la realización de ciertos ritos religiosos en espacios públicos, ha encendido un debate que, por desgracia, conocemos demasiado bien: la indignación selectiva.

Hoy, quienes acusan de islamofobia a las autoridades locales por impedir la celebración de estos actos son, en buena medida, los mismos que, hace apenas unos años, exigían la retirada de cruces de las plazas y calles de los pueblos de España, la eliminación de imágenes religiosas cristianas de los edificios públicos y la prohibición de montar belenes en los colegios. Entonces, no se hablaba de “cristianofobia”. Entonces, la palabra libertad sonaba distinta, con un eco más estrecho y, quizá, más cómodo.

Lo preocupante no es que se defienda la libertad de expresión o de culto -algo esencial en una sociedad democrática-, sino que se haga de forma interesada, aplicando el principio sólo cuando favorece a “los nuestros” o a “nuestra causa”. La libertad no es un traje a medida, es un derecho universal, y su valor se desmorona cuando se utiliza como arma arrojadiza.

En el fondo, esta polémica no es nueva. Cambian los actores, cambian los símbolos, pero persiste la tendencia a ver en el credo ajeno una amenaza y en el propio un patrimonio intocable. Y ahí radica el verdadero reto: aprender a convivir con la diversidad, incluso cuando nos incomoda.

No se trata de llenar nuestras calles de todos los credos ni de vaciarlas de cualquiera, sino de encontrar un punto de equilibrio donde el respeto prime sobre el recelo. Respetar no significa compartir, pero sí reconocer el derecho del otro a expresarse y vivir su fe sin ser perseguido ni instrumentalizado.

Quizá la lección que deja Jumilla no sea sobre una religión concreta, sino sobre nosotros mismos: sobre nuestra capacidad -o incapacidad- para defender con la misma vehemencia los derechos de aquellos que piensan, creen o viven de forma distinta.

La convivencia no se construye con prohibiciones selectivas ni con indignaciones a conveniencia, sino con un compromiso sincero: aceptar que la pluralidad nos enriquece y que la libertad, para que sea auténtica, debe ser la misma para todos.

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