El hecho de que una persona haya sobrevivido más de cuarenta años postrado en una silla de ruedas, sin poder hacer uso de su cuerpo pero si de su mente, una mente brillante y maravillosa, que haya soportado estoicamente todo el sufrimiento que le causaban sus múltiples dolores, sin renegar de su existencia, sin pedir que le practicaran la eutanasia, me parece algo milagroso y maravilloso, y más en esta época de culto obsesivo al cuerpo, donde hay gente que se obsesiona por correr todo el día pero pasa de pensar, de leer, incluso de imaginar, y que al más mínimo contratiempo entran en depresión y ya solo desean morir.
Es aún más maravilloso que Stephen Hawking jamás haya renunciado a investigar, a pensar, que no se haya aburrido y se haya dejado ir lentamente, como suele ocurrir.
De niño yo creía que en realidad Hawking había muerto hacía años, y que un alienígena llegado del futuro lo había poseído para que hiciera de portavoz de la realidad del Universo, cosas de niños, pero realmente no iba desencaminado, hay que ser de otro planeta para sobrevivir más de cuarenta años casi sin cuerpo y no renunciar a la vida, y encima ser capaz de tener sentido del humor, cuando el resto de los humanos nos amargamos con una simple verruga.
Para mí su genialidad residía más en su capacidad para sobrevivir y trascender a pesar de sus terribles circunstancias, que, en sus teorías, que no dejan de ser teorías, muchas de las cuales, otros científicos han desmontado.
Que esta nueva travesía por El Universo sea lo más placentera posible, estoy seguro de que tu alma seguirá aprendiendo cómo funcionan las cosas allá arriba y quizás dentro de unos siglos se reencarne en algún humano del próximo milenio para mostrarles la verdad, Señor Hawking.